Título: Cuentos luminosos

Autor: Henry James

Traducción: Pilar Lafuente

Editorial: Navona

En su impagable tarea de revisitación de los grandes clásicos, refrescándolos con nuevos estudios y, sobre todo, con nuevas traducciones (en este caso de Pilar Lafuente), la editorial Navona acaba de dar a la imprenta Cuentos luminosos, de Henry James. Una rica y ciertamente iluminada gavilla de relatos que, en el formato clásico de James, pueden leerse igualmente como pequeñas novelas. Historia de una obra maestra, Compañeros de viaje, La confesión de Guest y Las razones de Georgina abarcan cada una entre las cuarenta y las setenta páginas.

Distancia en la que el maestro James se mueve como pez en el agua, pues le permite, por una parte, desarrollar sus personajes, contándonos fragmentos de su pasado o de su historia personal imprescindibles para la argumentación del relato-novela jamesiano. Por otro, le permiten igualmente elaborar un misterio o enigma de solución psicológica, racional, más elaborado que si se tratara de un simple efecto o fuego de artificio para cerrar un cuento breve.

En todas estas novelitas, desde Historia de una obra maestra, James destapa su pasmosa sensibilidad y erudición.

Los viejos decorados europeos fueron para aquel joven escritor norteamericano el perfecto atrezzo a sus maravillosas historias. Trenzadas, casi siempre, en torno al amor, por un lado, a la pasión amorosa; por otro, alrededor de su amor por el arte, por la pasión artística.

Si ambas confluencias desembocan en sus páginas brota el mejor, el más luminoso Henry James. Cuando, por ejemplo, nos invita a visitar el Duomo de Milán con las maravillosas estatuas de vírgenes y santos como suspendidas en el aire, en un espacio inmaterial más allá de la propia catedral, de la propia ciudad milanesa, incluso de los paisajes de la Lombardía majestuosamente extendidos hasta los Dolomitas contemplados desde los pináculos del Duomo, la paleta de adjetivos de Henry James no tiene rival.

No porque sobrecargue los párrafos, en absoluto, sino por su mágica y selectiva capacidad a la hora de ofrecer al lector el mejor y más exquisito bocado de su despensa gramatical y alacena de personajes.

Una prosa, estos luminosos ejercicios de James, que se disfruta y paladea como una vianda, y que se digiere sin peso ni pesar alguno, de la misma nutritiva manera que nos alimentan las eternas obras de arte.

La sobredosis de belleza, de esa Italia decimonónica que tan bien conoció James y que tanto le inspiró podría resultar empalagosa en manos de cualquiera otro autor. Pero en James los excesos no lo son y en cualquier caso se diluirían en su arte narrativo como el escorzo en una figura de Rafael o el esfumado en un rostro de Leonardo. La maravilla de su estilo y de la forma están en consonancia con el fondo. No hay relato de James en los que el trasunto de la historia no resulte interesante, fascinante, misterioso, psicológicamente novedoso y rico.

Belleza y talento en estado puro y una sensación de gratitud la que exalta al lector tras esta divina lectura.