El segundo experimento de la feria (el primero, fallido, fue programar toros el día del chupinazo) solo cabía en domingo y en el día grande de las fiestas. Al hilo de esas premisas, funcionó. El público abarrotó los tendidos para ver una función bajo un formato mixto, que no competencia ni duelo ni como lo definió Hermoso, duetto.

Incomprensible que, mientras El Juli se trajo tres animales aunque disparejos, de presentación digna, el navarro eligió tres mini toros muy por debajo de lo aceptable. Su segundo con casi seis años. Eso sí, tuvo que hacerlo todo él. Con la ayuda, una vez más, de un presidente que cada día se supera en una generosidad que ya no sorprende.

Hermoso, hay que decirlo, el mejor rejoneador de todos los tiempos, lleva cada día esta disciplina ecuestre un poco más allá. A años luz el resto de sus imitadores que se afanan en buscar caballos mientras él los cría,los pone a torear y hasta los cede a terceros.

Ayer asombró con Dalí, un caballo que más parecía de carreras. Flexible, valiente, llegándole en parado a centímetros del menos malo de los sampedros, el primero de la tarde. Y allí, encelando con frialdad, esperando el arranque del toro para iniciar el galope remontó una lidia condicionada por un toro que se apagaba hasta que Pablo dejó un rejonazo efectivo que le valió el doble trofeo.

Ante el añoso segundo, un moñaco sin presencia y mucho menos raza, tuvo que merodear las tablas casi siempre con la esperanza de equivocarlo y hacerle salir del refugio. Echó mano de Disparate, esa joya que ayer no pudo dar lo máximo de sí ante semejante birria de toro. Y en esa fiesta de la mansedumbre que le tocó lidiar quedaba todavía un escombro para su tercer turno.

Sobreponiéndose al infortunio, redobló la apuesta hasta culminar una ardua labor poniendo banderillas cortas a dos manos a lomos de Pirata. El rejonazo le puso otro trofeo en las manos.

Mientras, un Juli opacado hasta entonces por el éxito de Hermoso, solo tenía un último cartucho en la recámara. Y lo apostó todo al sexto. Se hincó de rodillas para largar en el tercio de salida y así terminó, de hinojos, una lidia como acostumbra. Tarifa plana. Misma receta para todos los toros.

En ocasiones retorcido hasta tocar, como el piloto Márquez, el suelo con el codo, citando no ya con la pierna contraria escondida sino con los riñones o su parte baja. Todo sea por alargar o pretenderlo, el viaje de los toros hasta allá.

Da la impresión de que El Juli está más pendiente de lo que ocurre fuera que dentro de las plazas. En su primero no logró premio ni rematando la faena en el sol. El animal, sin picar, al menos aguantó la fábrica de muletazos julistas. Su segundo, ni eso.