¿Qué demonios lleva Lee Scratch Perry en esa maleta que siempre mantiene cerca de él? En un misterio. O no, y sencillamente no quiere dar opción a que alguien husmee en sus propiedades. De ahí que nunca la deje en el camerino y la mantenga a la vista mientras está actuando. Grande, este Lee, octogenario, lumbrera jamaicana desde los años 50, pionero del dub y del reggae y, todo un figurín (a su estilo), con botas imposibles, casaca de capitán pirata de todos mares, cabellera tintada de rojo y gorra alegremente tuneada. «¡Hola, mis fans!», dijo el viernes dirigiéndose al entregado público que aplaudía sus intervenciones. Genio y figura. No recuerdo otro artista que se haya dirigido así a los espectadores. Es como decir: «¡Hola, mis fieles!». Lee Scratch Perry o la versión musical de Haile Selassie, el último monarca del trono de Etiopía, también conocido como Rey de Reyes, Señor de señores y León de Judá, y, para los rastafaris, la mismísima reencarnación de la divinidad.

Ochenta y tres tacos tiene el caballero y se mueve por el escenario como un chaval, arenga a los espectadores, los anima, usa un inglés casi incomprensible, se da una vuelta por diferentes variedades de la síncopa jamaicana y nunca pierde el compás. Le acompañó un grupo discreto en número de instrumentistas, pero solvente musicalmente. En el repertorio incluyó piezas como Police And Thieves, Jesus Perry, Catch Vampire, War In Babylon... Pero en el fondo daba lo mismo lo que cantase; lo importante era la energía que despide, su sabiduría, su juvenil abuelismo, su sentido del ritmo, su concepción del sonido e incluso su precaria dicción, que le emparenta con la aféresis que caracteriza el canto de Bob Dylan. Sale al escenario, te engancha y ya no quieres que te suelte, porque su música es adictiva y expansiva como el universo. Así que nadie quería que se marchase; pero todo tiene su final, como bien dijo Willy Colón, y Lee tuvo que dejar paso a ese grupo que ha condimentado el reggae con pop y otras especias de negritud: Third World.

A la primera de cambio, nada más comenzar el concierto, o sea, Third World ya abordó Now That We Found Love, uno de sus éxitos. Era una manera, sin duda, de evitar peticiones tipo los viejos programas de radio de discos dedicados. Otro de sus trallazos, Try Jah Love, llegó al final del repertorio. En medio, piezas como Love Ambassador, Roots With Quality, Reggae Party, la pegadiza 96 Degrees In The Shade (en este momento algunos nos acordamos de las últimas temperaturas zaragozanas), Kumina... Es decir, un atractivo tránsito por el reggae de distintas tonalidades. Casi en la despedida, y tras interpretar Patriot’s Cello, William Bunny Rugs Clarke, el cantante del grupo mostró sus habilidades como tenor con una interpretación notable de Con te partirò, del mismísimo Andrea Bocelli, canción que The Third World lleva en su repertorio desde hace tiempo. Cuando Clark y sus chicos se retiraron aún quedaba noche. La que iban a ocupar la bandas españolas Green Valley y Revolutionary Brothers.

Y por la tarde, en el escenario de Sallent, tras una pertinaz lluvia que parecía que nunca iba a terminar, tocó el británico Barney Morse-Brown, conocido artísticamente como Duotone. Actuó solo, tocando cello o guitarra y manejando los loops con sentido, creando sugerentes atmósferas. Presentó lo que pudo (tuvo que acortar su concierto) de A Life Reappearing, su cuarto y reciente disco. Una presentación breve pero intensa.