De Sidney Joseph Perelman (1904-1979) dijo Woody Allen que era «el ser humano más gracioso del mundo». Tom Wolfe fue algo más moderado en el elogio y lo dejó en «el escritor más gracioso de América» (le concedió, eso sí, «una ventaja de 1.500 palabras sobre el segundo»). En los anales del selecto club de fans de Perelman figuraron nombres como Dorothy Parker, T. S. Eliot, Gore Vidal, Philip Roth, Kurt Vonnegut, John Updike y Steve Martin. Nuestro hombre publicó en The New Yorker de forma ininterrumpida durante 49 años. Escribió una novela, 560 relatos, 23 colecciones de cuentos, ocho obras de teatro y 11 guiones de cine, uno de los cuales, el de La vuelta al mundo en 80 días, le valió un Oscar en 1957 (la estatuilla acabó de sujetapuertas en una oficina de Nueva York).

También colaboró con los hermanos Marx en Pistoleros de agua dulce (1931) y Plumas de caballo (1932), una experiencia que él mismo consideraba su logro más admirable, «porque todo aquel que ha trabajado alguna vez en una película de los Marx te dirá que prefiere ser encadenado al remo de una galera y ser golpeado con un látigo a intervalos de 10 minutos hasta chorrear sangre que volver a trabajar con esos hijos de puta».

Esta respetabilísima lista de méritos no le reportó a S. J. Perelman una posteridad precisamente gloriosa. Hoy, cuatro décadas después de su muerte, casi nadie lo recuerda. «Cuando vi su firma en uno de los relatos incluidos en la Antología del cuento norteamericano que hizo Richard Ford [Galaxia Gutenberg / Círculo de Lectores, 2001], el nombre no me sonó de nada», admite Dídac Aparicio, responsable de la editorial Contra, que acaba de publicar Perelmanía, un volumen que reúne 42 de las mejores piezas humorísticas del autor. Intrigado por aquel relato, Aparicio tiró del hilo: empezó a consumir con avidez las historias que Perelman escribió para The New Yorker y, al tiempo, descubrió que, salvo el citado cuento y el libro de viajes Los Robinsones Perelman (Versal, 1991; hoy descatalogado), la obra del escritor de Brooklyn permanecía inédita en España. «Me pareció un olvido flagrante», señala el editor. Y se puso manos a la obra para remediarlo.

Después de seleccionar personalmente las piezas y de embarcarse en un «proceso complicado» para obtener las licencias, Aparicio encargó el trabajo de traducción a David Paradela López. Él tampoco sabía quién era Perelman, y así lo reconoce en un divertidísimo dietario de trabajo aparecido en el diario digital Ctxt, pero no tardó en saber a qué clase de bestia se enfrentaba. Y comprendió que se había metido en un «lío colosal». De la entrada correspondiente al 31 de febrero del 2017: «Perelman está loco, es un demente, quiere acabar conmigo». Del 10 de julio: «Perelman me odia. Quisiera odiarlo yo también, pero es demasiado bueno, el muy pascudnick. (¡Cielos, ya estoy hablando como él!). Lo trufa todo de alusiones, dobles sentidos y chascarrillos. Paso más tiempo consultando diccionarios y peinando internet que tecleando. Bueno, es que traducir es eso».

Pascudnick es una expresión yidis que significa granuja. Perelman salpica sus textos con palabras de la lengua de los judíos centroeuropeos que hablaban sus padres; también recurre a otros extranjerismos (preferiblemente tomados del francés) y a la jerga de las revistas de crímenes y novelas pulp que constituían parte importante de su dieta lectora (junto con las relecturas obsesivas del Ulises de James Joyce), y lo mezcla todo con una prosa riquísima que parodia con gracia y precisión la grandilocuencia barroca de los novelistas de finales del siglo XIX. Una pesadilla para cualquier traductor. Y sin embargo... «Pese a las penalidades -escribe Paradela-, yo mismo me sorprendo de vez en cuando riéndome, solo en el despacho, con tal o cual pasaje».

Títulos ingeniosos

Porque S. J. Perelman es muy, muy divertido. «Ningún escritor actual iguala a Perelman en talento cómico, delirante inventiva, erudita habilidad narrativa y deslumbrantes y originales diálogos», afirma Woody Allen en el prólogo de Perelmanía. Podía haber añadido que nadie ha titulado jamás sus relatos con tanto ingenio (unos cuantos ejemplos: Azótame, papi posimpresionista; Adelante, la póliza lo cubre; Demasiada ropa interior malcría al crítico; Bajo el exiguo royalty se alza la forja del pueblo, o, mi favorito, Póngale otra, que está sobrio).

Ya lo dijo él mismo en la introducción de una de sus antologías: «Antes de que S. J. Perelman naciera, rompieron el molde».