Estaba una tarde de esta semana sin cierzo y con una temperatura primaveral disfrutando de una cerveza en una (¡de las miles!) terrazas de Zaragoza, con unas amigas a las que tengo en muy buena estima y altísima consideración por su inteligencia, saber estar y elegancia (y también por su juventud: superan ligerísimamente los cincuenta. Así que aún son jóvenes, como yo...) cuando me sorprenden al comentarles el estreno de la octava temporada de Homeland (en Netflix, desde la semana pasada) y me dicen que no saben de qué les estoy hablando. Pero vamos a ver -les digo-, ¿cómo se puede estar así tan tranquilas, tomando una cerveza tras otra como quien no quiere la cosa, sin haber visto ni un solo capítulo de una de las series más adictivas que ha parido madre? ¿Cómo, cómo habéis podido dormir a pierna suelta todos estos años sin saber qué pasó con el sargento Brody? ¿Cómo puedo explicaos en un momento quién es Carrie Mathison, la poliédrica espía de la CIA que siempre vuelve dispuesta a meterse en todos los charcos posibles con tal de salvar al mundo civilizado (o sea a mí, pero también a vosotras) de islamistas radicales, rusos crueles y vengativos, pakistaníes fundamentalistas y populistas americanos y vendepatrias?

Feminista sin saberlo, en un mundo hiper-masculino, Carrie siempre corre, graba, pega y piensa más rápido y más fuerte que ellos. También es capaz de violar en cada capítulo cinco o seis artículos del código penal americano sin que le tiemble el pulso, mientras devora de vez en cuando a algún incauto que cae en su radar libidinoso, cual mantis atea y desprendida. Sus periódicos ataques de esquizofrenia también la sitúan como alguien vulnerable y sensible, y ayudan a humanizarla al tocar el infierno en el que le mete su propio cerebro. Menos mal que siempre está ahí su jefe Saul Berenson (vaya voz, y qué presencia la del actor Mandy Patinkin: desde La princesa prometida haciendo de Íñigo Montoya ha ganado mucho) cerebro gris imprescindible en toda la trama y que en cada temporada crece y crece hasta ser cotitular por méritos propios del éxito de la misma. Encima, una serie paritaria.

Homeland, en fin, es una serie tremendamente distraída, de acción, con un guion estupendo y un ritmo fantástico, pegada a la realidad en cada temporada, que nació de los polvos del 11-S y el miedo que metió a los Estados Unidos, llevándoles a una guerra alocada y malpensada en un Irak donde no hubo maneras de encontrar armas de destrucción masiva, dando alas al radicalismo en el que desde entonces se enfangó toda la región. Esta última entrega se inicia con el anuncio de retirada de las tropas americanas en Afganistán, y el acuerdo con los talibanes. Pero ya veremos, claro: Homeland es una serie 100% americana (pero no es ninguna americanada) con lo que los giros y sorpresas están garantizados. Ustedes seguro que ya sabían todo esto, pero tenía que explicárselo a mis amigas, que hoy seguirán con la cerveza, de terraza en terraza, tan tranquilas...