Agustín Ibarrola (Bilbao, 1930) despliega desde ayer en la galería Fernando Latorre (calle Gascón de Gotor) unos grandes lienzos de colores como quien juega y dispone del espacio con alegría: "Es mi manera de sentirme vivo, libre --explicó--, es muy entero el color".

Este artista vasco afirma que trabaja "escoltado, amenazado por ETA, aislado y difamado por el PNV" y corroboraba ayer en Zaragoza que "hay mucho mensaje en esta no figuración. Antes no usaba tanto color. Es un intento de ganar libertad. Es como un canto a la vida".

Ha traído Ibarrola tres cubos de la memoria a la galería. Los que diseña con el tamaño de un palmo en su taller durante el invierno y que luego en los meses de verano desarrolla ayudado por un equipo en la escollera de Llanes (Asturias) frente al mar. "Hay varias memorias --explica--; he unido la historia de ese pueblo con la mía propia, sus pinturas rupestres y su vivir de la pesca y de cultivar los cítricos, con los que tenían que combatir enfermedades en los largos viajes por el mar. Una increíble conjunción de limones y de sidra. Todo quiero recogerlo en esa montaña artificial con cubos"

Ibarrola se alegra al reconocer cómo, a los 73 años, la decantación de la sensibilidad que ha cultivado durante toda la vida refleja tan vivamente la infancia: "He estado en Cataluña. Los escolares han hecho cubos coloreados. Me preguntaban que cómo empecé a pintar. Y les decía: Con lapiceros de colores, como vosotros". Y asegura que "el cubo es el principio del arte contemporáneo".

NATURALEZA Y ARTE

Acaba de terminar su colaboración en el proyecto artístico de la cuenca alemana del Rühr: unas vigas ferroviarias sobre una montaña de escoria minera: "Junto a un ´Teatro de la palabra de todas las lenguas del mundo´, en una gran nave reutilizada, he puesto el mundo totémico de las traviesas", señala. Otro bosque, como el de Oma.

En la galería zaragozana, las formas coloristas de Ibarrola parecen remitir, simplificadas, a las de la Naturaleza: montañas, olas, valles, grutas... Y a la luz que tienen las cosas. Pero desde el color abstracto, separado y puro, de los botes o los tubos reinventa formas nuevas y quebradas imaginativas, salvajes y libres.

"Yo uso la Naturaleza porque es buena escultora. Ella pone mucho, y tiene su repertorio de formas, colores y sus cambios de estación. Pero el artista pone una visión nueva que la Naturaleza no tiene y que la domestica con formas, colores o alineaciones de piedras. El artista es el que declara que una piedra, un valle o una montaña son una obra abstracta".

Becado a finales de los años 40 para estudiar con Vázquez Díaz (la pintura y el dibujo eran las señales prioritarias de la identidad profesional), Ibarrola refuerza su signo autodidacta al evocar su pertenencia al Equipo 57 (las relaciones cóncavo convexo en la interactividad del espacio plástico, que fue la seña de identidad del grupo, se aprecia perfectamente en la muestra de la galería Fernando Latorre) Ibarrola señala que aún siguen vivos todos los miembros José Angel Duarte, Juan Cuenca y Juan Serrano "y seguimos siendo amigos".

Afirma el pintor su resistencia frente a cualquier dictadura (estuvo en la cárcel en 1962), y apela al recuerdo de su estancia con Guayasamín en Quito: "A los dos nos gustaba el chinchón dulce y hablábamos de que en América en general se utilizaba el color de una manera distinta. Era simbólico, tal como estaba en botes o tubos. No tenían un arte histórico figurativo y usaban directamente los colores y las formas muy planas, sin andar perfilando y sombreando académicamente". Con ese espíritu artístico llega Ibarrola a Zaragoza: "Frente a la muerte y la amenaza de muerte, procuro vivir intensamente".