Mariano Fortuny era ya un pintor de éxito cuando llegó a Granada (1870), pero fue en la ciudad nazarí donde recuperó la libertad creativa, donde siguió con su investigación de la luz y el color y donde redefinió su propia pintura, hasta entonces protagonizada por temáticas costumbristas. Su estancia, inicialmente prevista para tres meses, se alargó hasta los dos años, con el beneplácito de su familia (allí nació su hijo), ya que se enamoró de sus calles, de sus callejones y, sobre todo, de la Alhambra, donde encontró la inspiración orientalista que le sirvió para reiniciar su andadura creativa.

Resultado de ese idilio entre el pintor de Reus y Granada surge la exposición Tiempo de ensoñación. Andalucía en el imaginario de Fortuny, que puede verse hasta el mes de agosto en CaixaForum Zaragoza. La muestra, organizada por la obra Social La Caixa, el Patronato de la Alhambra y Generalife y el Museo Nacional de Arte de Cataluña, está compuesta por 152 obras, la mayoría dibujos y bocetos realizados entre 1870 y 1872, junto a algunos de los óleos más representativos de los realizados por Fortuny en estos años, como La matanza de los Abencerrajes, Almuerzo en la Alhambra, el Arcabucero o Los marroquíes.

Granada provocó una «escisión de las dos almas de Fortuny, la comercial y la artística» porque seguía con los encargos de su marchante Adolphe Goupil (uno de los más influyentes del momento) pero llega allí buscando una lejanía con la «centralidad artística», explicó Frances Quílez, comisario de la exposición y conservador en jefe de Gabinete de Dibujos y Grabados del Museo Nacional de Arte de Cataluña. Junto a él presentaron la muestra Ignasi Miró, director del Área de Cultura de la Fundación La Caixa; Ricardo Alfós, director de CaixaForum Zaragoza; y Mariano Boza, asesor técnico en tutela y promoción cultural de la Alhambra y el Generalife.

EN BUSCA DEL IDEAL ESTÉTICO / La ciudad nazarí fue el lugar elegido para su «año sabático», reconoció Quílez, aunque «no lo fue tal porque hubo un incremento cuantitativo de su producción». Y es que Fortuny, al que el comisario calificó como el «artista español más importante del siglo XIX tras Francisco de Goya», durante su estancia en Granada se dedicó a «experimentar», a buscar el «ideal estético» en la que sería «la época más feliz de su vida». Y es que la propia ciudad «alimenta su rico imaginario» y consigue la libertad que no había logrado en otros momentos de su vida.

Quílez quiso destacar el «protagonismo de su trabajo sobre papel respecto a su pintura porque permite «entender el proceso creativo de Fortuny», ya que la exposición incluye también dibujos preparativos, porque para él, «eran igual de importantes el dibujo y la pintura», destacó Quílez.

Granada, en aquella época estaba «en la periferia» del sistema artísico y el pintor catalán «ayuda a revertir esa idea», primero porque fue el nexo entre dos generaciones, ya que concitó a muchos amigos «que le visitaron y allí produjeron obras» (prueba de ello son algunas fotografías que se incluyen en la exposición) y porque artistas de generaciones posteriores también quisieron realizar un viaje iniciático a la ciudad.

Andalucía en el imaginario de Fortuny está dividido por temáticas otorgando una «imagen poética» con la Alhambra como «telón de fondo», ya que no tenía «sentido cronológicamente» porque comenzaba y abandonaba las obras y luego volvía a retomarlas.

RECORRIDO / Antes de su llegada a Granada, Mariano Fortuny ya había demostrado gran interés por la representación de escenas de calle; aunque fue en la localidad nazarí donde abandonó la tópica estampa romántica, paseando por sus calles laberínticas y sus plazas sinuosas, aunque también monumentos como la capilla Real, el antiguo Ayuntamiento y, por supuesto, la Alhambra.

Otro espacio está dedicado a Los placeres y los días, ya que Fortuny descubrió la pintura al aire libre, experimentando con el color y la luz tan característico del paisaje andaluz. Allí también descubrió (y en Sevilla) el baile flamenco.

Esa dualidad entre la comercialidad y la libertad se ve reflejada en otro de los ámbitos, ya que siguió cultivando la producción orientalista, pero dando importancia al dibujo, rompiendo con los cánones peyorativos que lo reducían a un valor marginal.

Otro de los apartados está dedicado al realismo naturalista, con la luz de nuevo como paleta esencial. Ahí se enmarcan los estudios al aire libre de viejos con el torso desnudo al sol.

La última estancia muestra la huella de Fortuny en autores de la época y posteriores, como las piezas firmadas por Ricardo de Madrazo, Tomás Moragas, Martín Rico, Georges Clairin, Henri Regnault.

En 1873, el artista cambió Andalucía por Roma y un año después murió inesperadamente, dejando todavía muchas obras por firmar.