A través de una saga de tres generaciones de una familia de origen judío, Ignacio Martínez de Pisón despliega en La buena reputación (Seix Barral) una historia que sucede en Melilla, Málaga y Zaragoza y que tiene como telón de fondo la España de los años 50 a los 90.

--Más de 600 páginas de novela. Se ha desatado con La buena reputación...

--Cuando empiezas a escribir sabes más o menos lo que quieres contar pero en el momento en que decides que tus protagonistas son cinco y cada uno de ellos se merece una atención especial, que cada una de sus historias tiene que ser desarrollada, te das cuenta de que la novela no puede ser breve. Yo siempre había creído que era un escritor de novela corta, y, de repente, cuanto más libros escribo, más largos son.

--La buena reputación es una novela de personajes y familiar, pero, sobre todo, es una novela en la que menos es más.

--A mí siempre me ha gustado la sencillez estilística pero también las novelas que cuentan las cosas cotidianas que nos ocurren a todos y forman parte de la vida normal. Y en las historias de las familias sí que crece una red de pequeños acontecimientos que de repente se vuelven trascendentes. Y lo que hago con estos personajes, que son todos ficticios, es lo que haría si contara la historia de mi propia familia.

--¿Lo que sucede en las familias es cíclico?

--La novela tiene una estructura circular. En el fondo lo que les ocurre a las generaciones siguientes es lo que le ocurre también a la generación anterior. Están transmitiendo sus preocupaciones, sus problemas y también sus cosas buenas. Y eso hace que la novela adquiera al final una estructura circular muy cerrada, empieza en Melilla y acaba en Melilla. Cuando organizas acontecimientos de varias vidas tienes que tener claro dónde poner el principio y el final y dar la sensación de que es algo perfecto, de que nada es por azar. Unos y otros se necesitan y se explican.

--¿Eso significa que tenía muy claro dónde estaban esos límites desde el principio?

--Tenía muy claro que dado que uno de los asuntos que toco es el sentimiento de pertenencia, cómo sigue viva esa idea del regreso a las raíces, tenía que jugar con esa idea del regreso.

--Melilla es un personaje más de la novela. ¿Es una reivindicación de esa ciudad?

--Lo único que sabemos de allí es lo que ocurre en la valla, pero en realidad hay algo más que eso. Y lo que me interesa es que es una ciudad que ha crecido muy deprisa, que es del siglo XX. A través de contar la historia de una familia se cuenta la historia de Melilla con la que, además, estás contando casi la historia del mundo. Buena parte de las grandes tragedias del siglo XX llegan hasta las orillas de Melilla. Si tú vives en Melilla, en el fondo formas parte del gran drama judío de todo el siglo XX. Me gusta pensar que, a través de la historia de un rinconcito español en el norte de África, puedo contar cosas importantes del mundo.

--Y en la novela late la idea de que en tiempos de inestabilidad se refuerza el sentimiento de pertenencia identitaria, ¿piensa que se está viendo ahora?

--Por desgracia, sí que tiene cierto paralelismo con la situación ahora en Barcelona, que es donde vivo. Es la misma sensación que tenían algunos melillenses que no sabían si Melilla dejaría de ser española cuando acabó el protectorado. La incertidumbre sobre el futuro también se tiene ahora en Cataluña. Y esa idea nos vuelve necesitados de protección. A veces esa seguridad la buscamos en formar parte de una tribu. Lo cual me parece que está mal, lo ideal es que siguiéramos siendo individuos libres, que no fuéramos simples transmisores de eslóganes que representan a esa comunidad como grupo y no a nosotros como individuos.

--También aborda la relación entre los judíos y Franco. ¿Cómo era?

--Siempre fue muy ambigua. Franco tenía una idea de la hispanidad que incluía a los sefardíes, aunque mantuvo una retórica antisemita. Sin embargo, distinguía entre las tribus de Israel y esa, los sefardíes, tenía el rasgo de hispanidad, entre otras cosas, porque el paso de las tropas de Franco por el estrecho fue financiado por la banca judía del norte de África.

--La buena reputación también viaja a Zaragoza, ¿le reconforta utilizar la ciudad a la hora de escribir?

--Los recuerdos son un material muy bueno para un novelista. Zaragoza me interesa siempre como escenario porque, para mí, es más fácil dar vida a esos recuerdos ya que son más auténticos.