La segunda mitad de década de 1970 fue una época particularmente complicada en Washington, sumida en una profunda decadencia. La ciudad perdía habitantes. Repuntaba el crimen. La pobreza se había instalado en el centro y cientos de edificios chamuscados emborronaban aún su paisaje como testamento de los disturbios raciales que siguieron al asesinato de Martin Luther King en 1968. Pero aquel marasmo social sirvió de caldo de cultivo para una de sus etapas de mayor efervescencia creativa. A unas manzanas de la Casa Blanca, el punk tomó la capital para crear un sonido propio que serviría para situar a Washington en el mapa musical. Había nacido el hardcore, la encarnación más explosiva y política del punk, abanderada por grupos como Bad Brains, Minor Threat y años después Fugazi.

Los orígenes de aquella escena son el eje de Punk the Capital, un documental dirigido por James Schneider, Sam Lavine y Paul Bishow, estrenado este verano, que examina los inicios del punk y el hardcore en Washington desde 1976 hasta 1983. «Es una mirada a una de las épocas más interesantes de la historia de DC. Es su otra cara, una cara que no todo el mundo conoce», ha dicho Schneider. En gran medida es un trabajo de arqueología musical, construido sobre filmaciones y fotografías de la época, muchas ocultas hasta ahora en archivos privados. Se complementa con un centenar de entrevistas a los protagonistas de aquella revuelta sonora, desde Ian MacKaye (Teen Idles, Minor Threat, Fugazi) a Henry Rollins (Black Flag) o Paul H. R. Hudson, el inimitable cantante de Bad Brains.

LOS RAMONES, DORMIDOS

El filme captura la energía y las contradicciones de aquella escena surgida sin el apoyo de la industria o los medios generalistas. Por no haber, casi no había ni salas para tocar en una ciudad por entonces muy conservadora, definida en el documental como «un agujero vacío de miseria». Los conciertos en casas, centros sociales y antros de mala muerte sirvieron de plataforma para que el sonido despegara. «Washington era un lugar totalmente improbable para que surgiese una escena punk, pero una vez arraigó adoptó caminos que nadie podía imaginar», dice MacKaye en el documental.

Grupos como The Sleeky Boys o White Boy abrieron el camino a mitad de los setenta emulando el punk que llegaba desde Londres y Nueva York. Pero Washington no tardó en distanciarse ética y musicalmente del resto en un intento deliberado de dar la espalda al instinto autodestructivo de bandas como los Sex Pistols y los Dead Boys o al nihilismo sin artificio de los Ramones. Influidos por esa nueva ola, en 1979 aparecieron los Bad Brains, cuatro negros en un mundo de blancos que hasta entonces habían hecho jazz fusión y que serían la piedra fundacional del sonido de DC.

Canciones de minuto y medio tocadas a la velocidad de la luz. «Los Bad Brains hicieron que los Ramones parecieran un grupo dormido», dice Henry Rollins en Punk the Capital. Con las acrobacias de H. R. sobre el escenario, el James Brown del punk, llegó también su actitud mental positiva (PMA), una filosofía virtuosa de la vida sacada de un libro de autoayuda de los años 30, que acabarían complementando con la ideología rastafari. Pocos lo comprendieron en su momento porque los Bad Brains tuvieron que mudarse a Nueva York después de que los promotores y las salas de Washington los vetaran, lo que acabó sirviendo para agrandar su leyenda.

NADA DE REVOLUCIONARIO

Para entonces la escena había arraigado en el Madam’s Organ, una casa autogestionada por una cooperativa de artistas y hippies en el noroeste de la ciudad donde bastaba respirar para colocarse. Aparecieron nuevos grupos como Black Market Baby, Enzymes, Government Issue o Teen Idles, de los que salió Minor Threat, el embrión de Fugazi, la banda quizás más famosa de la ciudad. MacKaye le dio una vuelta al PMA de Bad Brains para crear el straightedge, una doctrina casi ascética de la vida que repudia el alcohol, el tabaco y las drogas. Todo ello combinado con el rechazo al consumismo o las políticas conservadoras de Reagan. «Estar todo el día colocado no tiene nada de revolucionario», dice MacKaye en el documental. Por aquellos años lanzó Dischord, la discográfica que mejor ha documentado el desarrollo de la escena.

El material recolectado por los directores de Punk the Capital para confeccionar la película ha servido para crear un Archivo del Punk en la Biblioteca Pública de Washington, custodio a partir de ahora de la iconografía y el legado de aquella explosión musical.