¿Qué tienen en común una historia del siglo XVIII, como La lucha por la desigualdad de Gonzalo Pontón (Pasado & Presente), y otra del XX, la de Josep Fontana, además de la relación maestro-discípulo? «El crecimiento de la desigualdad inherente al capitalismo» es, como en el caso del libro de Fontana, el objeto del análisis de Pontón. Precisar, en el aspecto material, cómo ese siglo de crecimiento mejoró, sino al contrario, las condiciones de vida. Y en el cultural, cómo los pensadores de la Ilustración, dice Pontón, dieron cobertura intelectual a la burguesía y «nunca quisieron ser redentores del mundo ni amigos de los pobres y los desgraciados, a los que despreciaban y además les daban un asco horrible». «Intento cargarme el mito de la Ilustración», resume.

Pontón recuperó su inacabada tesis doctoral sobre la formación de la clase obrera en Cataluña, dirigida por Fontana hace décadas, durante los últimos siete años. «La desigualdad brutal no se detiene nunca, salvo en los breves instantes de miedo del capitalismo tras la Comuna de París y la Revolución rusa y en la edad dorada del capitalismo, entre 1945 y 1973. Pero a partir de entonces los trabajadores van encontrándose de nuevo frente a la verdadera cara del capitalismo, que no es una oenegé», explica.

Pero aunque se enmarque en ese proceso general, Ponton ha escrito sobre el siglo XVIII, las primeras fases de la revolución industrial, que el autor resume de esta manera: «Se desencadena una especie de revolución capitalista en el campo, que convierte las zonas comunales en granjas orientadas al comercio, industrializadas, y expulsa a 1,2 millones de familias campesinas hacia las ciudades, donde se está rompiendo el sistema gremial, y se dispone así de la mano de obra barata necesaria para crear las manufacturas que darán un nuevo empuje al comercio, que será global».

Según Pontón, «los intelectuales del siglo XVIII entendieron en qué consistía el capitalismo y no se esconden de ello». «Emprendo una desmitificación a fondo de la Ilustración. Nunca creyeron en la libertad, la igualdad y la fraternidad. Manifiestan una profunda repugnancia por las clases populares. Voltaire, en nuestro imaginario falso, es el príncipe debelador del clericalismo y la intolerancia, pero en realidad defendía que el 90% de la humanidad debía ser tratada como monos».

Son los intelectuales que la burguesía necesitaba para dar un cuerpo teórico para su proyecto. «Crean un lenguaje específico cara a la opinión pública. No puedes decir: ‘Os contratarán por salarios de miseria, os moriréis de hambre y conseguiréis que se hagan ricos’». Eso si hablamos de franceses e ingleses. Si pensamos en los ilustrados españoles, ni eso. Dice de ellos Pontón: «Una caverna asquerosa». Y si pensamos en hoy mismo… «Es ese mensaje de que no hay otro camino, un lenguaje creado en el siglo XVIII que hemos perfeccionado».