Cada vez que leo al escritor Lorenzo Luengo tengo la sensación de que el mundo se ha parado. Sus páginas me piden que me vaya con ellas y yo obedezco sin poder evitarlo. Me largo. Y pocos días después regreso, todavía descolocado, ansioso por conocer el lugar en el que he permanecido tan ajeno a cualquier realidad. En su último libro, El dios de nuestro siglo, editado por Seix Barral, la trama se desarrolla en Estados Unidos, en una ciudad pequeña en la que las familias no parecen presentir ningún peligro. Y no es que yo me haya acercado hasta allí en esta misteriosa huida, nada más lejos que tratar de pisar el terreno sobre el que el autor camina con absoluta firmeza. Lo que de verdad ocurre es que en cada paso adelante que da la historia, los cimientos de la sociedad se tambalean. A este dios no hay quien lo pare. Y tras él, tres seres humanos, tres menores, desaparecidos, a los que la policía tratará de encontrar. Será esa mujer, Daniella, la detective, la que se convierta en el personaje por excelencia. Intensa, compleja, desafiante, capaz como ninguna otra de llegar hasta el final.

Esta no es una novela policiaca al uso. Ni siquiera es una novela policiaca. Esta historia es el retrato de una dama que no se anda con rodeos a la hora de enfrentarse a los peligros del exterior y a los demonios del interior. Alrededor de ella gira todo lo demás, lo que importa e incluso lo que no. La acción es una excusa para entrar en caminos tortuosos que su mente recorre a velocidad de vértigo. La sociedad de hoy se escapa de las manos de la gente de hoy. Daniella Mendes sabe que el futuro está muy cerca, y lo teme. Afuera ya no hay infancia, y en sus entrañas la vida empieza a gestarse. Demasiadas complicaciones para una mente que investiga las conexiones entre lo visible y lo invisible. La ciencia, la religión y la filosofía se convierten en las herramientas perfectas para intentar encontrar respuestas a esas cuestiones para las que los métodos de investigación más sofisticados y modernos no sirven de nada, especialmente en un paraje que abruma por su presencia sobrenatural y que se ve obligado a soportar las temperaturas propias de uno de los veranos más calurosos que se conocen.

La prosa de Lorenzo Luengo es siempre seductora. No tiene nada que ver con la mayoría de los títulos que se suceden en el mercado y que antes de llegar ya se han ido. Su léxico es tan amplio que por fin parece que alguien conoce de buena gana la riqueza de nuestro idioma. Y todos esos juegos literarios, tan estudiados, tan hábilmente encajados, tan propios de quien sabe colocar a cada personaje en su sitio. Los padres de los jóvenes desaparecidos componen el retrato de una sociedad que ha aparecido como prólogo de un futuro desalentador. Se han olvidado de sus niños, que han dejado de serlo a una edad en la que cualquiera de nosotros lo fuimos. Este informe policial que Daniella desarrolla, a veces manifestando poder, a veces manifestando pudor, y en el que cualquier género y subgénero tiene cabida, los describe con unas habilidades y comportamientos que llevan al lector al desconcierto. Mayor aún cuando se trata de dibujar a sus progenitores, tan llenos de apariencia y de mentira.

En mis largas horas de lector he aprendido que cuando lo que se escribe es literatura, la narración no está sujeta a normas. Me entusiasma comprobar constantemente cómo este gran autor destruye y construye para que cualquier ficción sobre el papel se convierta en auténtico arte.

En efecto, a este dios no hay quien lo pare.