Desde los atentados del 11-S, perpetrados por la organización terrorista de Al Qaeda, la movilización de tropas por parte de la coalición internacional, liderada por los Estados Unidos, provocó primero la caída del régimen talibán en Afganistán, a finales de 2001, después el de Sadam Hussein en Irak, en 2003 (ambos bajo la era del presidente Bush), y en octubre de 2011 (bajo la presidencia del presidente Obama), se produjo el derrocamiento del dictador de Libia Muammar Gadafi, que había permanecido 41 años en el poder.

La primavera árabe, nombre con el que se conoció a las revueltas populares que se produjeron a comienzos de 2011 en varios países del norte de África (Túnez, Libia, Egipto), así como en Siria e Irak, lejos de suponer la sustitución de todos sus antiguos regímenes totalitarios por democracias, posibilitó en unos casos el surgimiento de nuevos grupos terroristas; en otros se abrió un gran vacío de poder (como está ocurriendo actualmente en Libia), y en el caso de la Siria de Hafez al Asad, dio comienzo una espeluznante guerra que ha costado la vida a más de dos centenares de miles de personas, provocando a su vez más de un millón de desplazados.

En el caso de Libia, los rebeldes que derrocaron al Rais, pudieron llevar a cabo su objetivo gracias al apoyo aéreo que recibieron por parte de los países integrantes de la OTAN. A pesar de lo cual, en septiembre de 2012, el embajador estadounidense en Bengasi, Chris Stevens, fue brutalmente asesinado por un grupo de yihadistas que incendiaron la sede de los Estados Unidos en el país.

ESTADO FALLIDO

Desde entonces, Libia ha pasado a ser un Estado fallido, un país somalizado, en palabras del periodista Patrick Cockburn, autor de La era de la Yihad, quien ya predijo en 2012 que tras el derrocamiento del Gadafi, los rebeldes libios terminarían enfrentándose entre ellos, como efectivamente ha ocurrido. Una situación de vacío en Libia que ha permitido la llegada y el asentamiento de miles de terroristas de Al Qaeda y el Daesh en el país, mientras que muchos de los antiguos guerrilleros que lucharon contra Gadafi han pasado a formar parte del inmenso tramado de mafias que comercia y se lucra con el tráfico de personas. Y es que nunca como hasta ahora habían muerto tantas personas en el Mediterráneo en un desesperado y trágico intento por llegar a Europa.

En cuanto a Irak, la retirada de la mayor parte de las tropas estadounidenses allí desplazadas bajo la presidencia de Obama, permitió la reorganización de los militares que habían integrado el ejército de Sadam Hussein, que se lanzaron a la conquista del territorio, ya no solo en Irak, sino también en la vecina Siria, enarbolando la bandera terrorista del Daesh, también llamado Estado Islámico. Las acciones llevadas a cabo tras la toma de la ciudad iraquí de Mosul, la Siria de Palmira, o las matanzas indiscriminadas de cristianos yazidíes en Iraq, son muestras palpables de las atrocidades que esta organización terrorista ha cometido y está dispuesta a seguir llevando a cabo en su afán por construir un gran Estado Islámico, basado en la progresiva conquista de territorios donde instaurar su poder, fundamentado en el terror.

De este modo, el yihadismo es contemplado por la comunidad internacional como la gran amenaza para la seguridad de las democracias y muy especialmente de los países europeos, como se ha podido constatar en los brutales atentados del 11 de marzo de 2004 en Madrid (España debe sumar al yihadista el terrorismo de ETA, que tantas víctimas y dolor ha provocado en nuestra sociedad), así como los del año siguiente en Londres, o los muy recientes de París, Bruselas y Niza.

Reconocido lo cual, el general Miguel Ángel Ballesteros, autor de Yihadismo, recomienda en su libro no caer en el error de engrandecer los efectos de los atentados terroristas, y fortalecer a la ciudadanía. Reivindica por ello la necesidad de promover una cultura de la seguridad, que evite la parálisis por el terror.

En este sentido, los planes educativos habrán de tener en cuenta en el futuro estos nuevos parámetros, que inciden de manera tan determinante en la sociedad, de manera que el afianzamiento de los valores que fomenten la solidaridad, el respeto y la tolerancia, sean capaces de contrarrestar el miedo y el rechazo a la diferencia, que son las fuentes de las que se nutren los grupos terroristas de todo signo.