Isaac Rosa presentó esta semana en Zaragoza su última novela, Feliz final, una narración a dos voces que destapa los entresijos de una ruptura amorosa. Una historia de amor y dolor que sigue la estela de los libros anteriores de Rosa en los que, como él mismo reconoce, lo que pretende es «entender la sociedad en la que vivimos y echar una mirada más de fondo a nuestro tiempo». Citando a la socióloga Eva Illouz, Rosa reconoce el amor «como un microcosmos privilegiado para ver y entender la modernidad».

-El amor… ¿qué queda por contar sobre el amor?

-Quería contar una historia de amor de una forma diferente después de tantísimas que han sido escritas. Esta no es una novela ni de amor ni de desamor, sino de todo lo que hay en medio, de lo que no suele ocuparse la ficción. Por un lado, el libro parte de mi propia historia personal, aunque esto no es una autoficción, y por otra nace también de una inquietud personal social y política que intuye cierto malestar amoroso en nuestro tiempo y en mi entorno. Quería reflexionar sobre cuánto hay en ese malestar amoroso de malestar social y qué conexión hay entre ambas.

-Su relato resulta un tanto pesimista.

-Me han dicho que es muy desolador, sí, pero yo quería que fuera una historia triste. No para que la desolación te paralice cuando lo lees si no para que te movilice a pensar realmente qué podemos hacer para querernos mejor. La pregunta que plantea el libro, en realidad, es por qué ahora nos queremos así, mal. Y la respuesta la tiene que dar el lector, esto no es un libro de autoayuda.

-¿Y cuál es su opinión?

-Si nos queremos mal es porque vivimos mal, así que para querernos mejor hay que vivir mejor. Nuestras relaciones están atravesadas por el sistema en que vivimos, y no solo por las condiciones materiales como la precariedad o los bajos salarios, sino también por el sistema cultural del capitalismo, es decir, por la lógica de mercado llevada a lo más íntimo. Nuestras vidas son aceleradas, insatisfechas y ansiosas y siempre andamos buscando la novedad permanente . El capitalismo siempre nos quiere moderadamente insatisfechos, y eso también pasa en el amor.

-¿Podemos, pues, comprar el amor? ¿Es un producto?

-Lo cierto es que consumimos amor. Hay una parte del amor que tiene que ver con la sociedad de consumo y con el capitalismo que hace que en el amor acabemos actuando como actuamos en otros ámbitos de nuestra vida y aplicando la misma lógica económica. Entramos y salimos de las relaciones como entramos y salimos del mercado. Me temo que este es el problema: en las relaciones entramos con la calculadora como si fuéramos empresarios para ver cuáles son las pérdidas y las ganancias.

-¿Amaríamos mejor con otro sistema?

-Siempre ha habido malestar amoroso, pero creo que el actual toma un cariz que tiene que ver mucho con las condiciones de vida. En todas las épocas ha habido gente que lo ha pasado mal por amor y ha habido dolor amoroso y sufrimiento, pero hoy ponemos unas expectativas en él diferentes. Hoy además se da una paradoja, y es que nos hundimos ante un rechazo mientras, al mismo tiempo, nos hemos instalado en el descreimiento amoroso. Nos hemos convertido en unos cínicos y ateos del amor y creemos que no existe, pero nos rompe.

-En el libro hay dos narradores en primera persona, Antonio y Ángela. ¿Le ha costado ponerse en el papel de ella?

-Evidentemente me ha sido más fácil construir la voz masculina por motivos obvios. Pero este es un libro muy acompañado y muy conversado en el que durante muchos meses he hablado con mucha gente que ha aportado su visión. Hay mucho de observación y de escuchar en la novela, a mujeres también.

-Supongo que dando las dos versiones pretendía que los lectores tuvieran complicado tomar parte por alguno de los dos.

-No era tanto por ofrecer las dos versiones, sino porque yo tenía claro que esta novela se tenía que contar a dos voces. En toda relación amorosa hay un elemento narrativo que tiene que ver con el relato. Cuando dos personas se enamoran y se unen lo que hacen es unir sus relatos vitales, y con el tiempo esa historia común se va abriendo hasta que se separa. Toda separación al final acaba siendo un conflicto por el relato y por contar lo que ha pasado. El libro comienza justo en esa batalla, ambos están recontando su historia para ver si en ese recuento hay posibilidad de reencuentro.

-Comienza el libro por el final, lo que resulta totalmente anticlimático. ¿Por qué?

-Lo tenía claro desde el principio y tiene que ver con una metáfora que recorre el libro que es la de la excavación arqueológica. Recuperar el pasado y la memoria común en una pareja rota tiene mucho que ver con excavar. Lo primero que te encuentras en ese caso siempre es lo último y hay que ir levantando capas en las que se acumula todo lo vivido junto con restos, basura, rencor… Estamos muy obsesionados con los spoilers, y esta novela desde el principio ya te dice donde acaba.

-¿Hay esperanza?

-Sí. Ya te digo que esto no es un libro de autoayuda, y en mi caso lo de ‘consejos vendo que para mí no tengo’ se cumple a la perfección. Pero sí que hay.