La adivinación, la nigromancia o la magia son artes que acompañan a la humanidad desde sus orígenes. El propósito de desvelar los arcanos de la eternidad y los secretos del destino es consustancial a la tragedia humana de la muerte. Los antiguos griegos, cuando querían prejuzgar la voluntad de los dioses, conocer de antemano su destino o simplemente experimentar lo maravilloso, lo místico, lo sobrenatural, peregrinaban a Delfos y allí, en su abrupto santuario, entre una naturaleza exhuberante y abrupta, arrojaban sacrificios al fuego sagrado y se inclinaban ante el trono de la Pitia para escuchar las voces del más allá.

En La última sibila, que hoy se presenta en el Teatro Principal de Zaragoza, la escritora aragonesa Isabel Abenia nos traslada al mundo sublime de Delfos, cordón umbilical de Apolo y puerta al Olimpo de aquellos dioses humanizados en el pagano frontispicio de la espiritualidad y de la cultura helena.

Lo hace nuestra autora con cálamo sutil y la hermosa palabra de su don, cimentada en una rigurosa documentación sobre la historia real de la Grecia del siglo I y II después de Cristo y en las numerosas leyendas del santuario de Delfos.

Para ello, Isabel Abenia nos invitará a visitar el gineceo de las sibilas, la claustrofóbica escuela donde las jóvenes griegas candidatas a heredar a la Pitia, aprenderán el arte de la adivinación, de la oratoria, y también de la historia, esta última disciplina de manos, nada menos, que de Plutarco, uno de los personajes reales traídos oportunamente al relato, junto con césares tan hispanos y conocidos (aunque bastante menos en sus tendencias esotéricas) como Trajano o Adriano. Precisamente éste último, llamado «el grieguecillo» por su formación clásica, cerrará la novela con una hermosa escena final embellecida por el bello Antinoo, cuya misteriosa muerte en el Nilo será predicha por la Pitia ante el demudado rostro de Adriano.

La educación, la familia, los juegos olímpicos, el teatro, las orgías dionisíacas, la manera de amar y de rezar de los griegos complementa la trama histórica con una rica atmósfera de psicologías y costumbres. Heredera de la tradición británica, Abenia cultiva una novela histórica majestuosa y cenital, alejada de maniqueísmos y dogmas, presidida por el buen gusto y una prosa que se saborea con regusto musical, como si Homero y Orfeo susurraran a su cálamo.