Cuando Isabel Coixet compitió en la Berlinale con Nadie quiere la noche (2015), la mala acogida le hizo temer que su carrera estaba acabada. «Hasta pensé en arrojarme al río», recuerda. «Había sido un rodaje terrible, durante el que hasta me rompí tres costillas, y al final ni siquiera cobré, y luego encima la crítica despedazó la película. Aún sigo tomando antidepresivos como consecuencia de ello. Pero para mí hacer películas es una enfermedad de la que soy incapaz de curarme».

A causa de ese virus, la barcelonesa vuelve este año a aspirar al Oso de Oro gracias a su 13º largometraje de ficción, Elisa y Marcela, que presentó ayer y en el que rescata la historia de dos mujeres que lograron casarse en la Galicia de 1901, cuando una de ellas se hizo pasar por un hombre. «Me dicen que siempre cuento historias de mujeres fuertes, ¿y sobre qué voy a contarlas si no? ¿Sobre elefantes fuertes? Yo hablo de lo que conozco».

POLÉMICA PREVIA

En todo caso, que nadie busque en la película vínculos conscientes con el MeToo: Coixet la escribió hace 10 años. «Y en realidad habla de otra cosa; sobre todo, de cómo, por amor, llegamos a hacer cosas de las que acabamos arrepintiéndonos toda la vida». También, por supuesto, funciona como alegato en pos de la libertad individual. «Yo soy alérgica al matrimonio pero creo que cada uno es libre de casarse hasta con su perro, si así lo desea. Me aterra que en nuestra sociedad cada vez se intenten establecer más controles sobre las emociones de la gente». La homosexualidad sigue estando prohibida en 73 países, subraya el filme, y en 13 de ellos se castiga con la muerte.

Elisa y Marcela es la cuarta película de Coixet que participa en el certamen alemán -también lo hicieron Mi vida sin mí (2003) y Elegy (2008)-, y su presencia ha estado marcada por una polémica: el gremio de exhibidores alemanes ha exigido sin éxito que se la excluya de la competición porque, entienden, al estar producida por Netflix no llegará a los cines alemanes. «No es justo para la película ni para todos los profesionales que han trabajado en ella que, erigiéndose en defensores de la cultura, haya quienes quieran prohibir que compita en un festival», opina la directora. «Quienes no respetan a los autores no respetan la cultura». Y recuerda que pasó casi una década buscando financiación y que, cuando finalmente surgió la posibilidad de llegar a un acuerdo con Netflix, no tuvo dudas. «Me dieron una libertad absoluta: no tuvieron ningún reparo en que la rodara en blanco y negro, y me garantizaron que además de estrenarse en streaming lo haría también en los cines españoles».

Como ya hizo en su película anterior, La librería (2017), en Elisa y Marcela Coixet habla de seres humanos obligados a defender sus principios en un entorno hostil. «Es un tema con el me identifico especialmente», confiesa. «Esa sensación ha marcado mi vida y mi identidad desde que iba al colegio», añade.

En la presentación también opinó de la política nacional: «Ojalá los políticos presos no estuvieran en la cárcel», afirma. «Pero, aunque imperfecta e inmadura, España es una democracia. Y confío en que tendrán un proceso justo».