Jan Fabre (Amberes, 1958) es un artista universal con presencia en foros como Documenta de Kassel o la Bienal de Sao Paulo, que rompe la clasificación estanco entre los géneros. Es pintor, escultor, autor dramático, coreógrafo y escenógrafo. Se recuerda su exposición en el 2003 en la Fundación Miró con 10.000 escarabajos, al igual que la coreografía de su pieza Je suis sang (Yo soy sangre) en Aviñón 2001. Ha investigado el cuerpo humano y sus fluidos como la sangre, el sudor y las lágrimas.

En Zaragoza dirige actualmente un curso de perfeccionamiento, invitado por el Centro Dramático de Aragón, en el que participan 15 jóvenes formados en el teatro y la danza. Harán una representación final el día 23. Han sido seleccionados por el Proyecto Thierry Salmon y con alumnos de diferentes cursos y países confrontarán sus experiencias en Roma, sobre un escenario.

--El taller de formación de actores que usted imparte en Zaragoza se centra en explorar el cuerpo humano ¿en qué sentido?

--Estamos trabajando muy duro. Buscamos la verdad en improvisaciones alrededor del sudor. Imagínese. Son ejercicios para actores, bailarines y performers en diferentes caminos.

--Usted ha abordado como artista también la sangre y las lágrimas. ¿Por qué forzar al cuerpo hasta hacer sean sus fluidos los que lo expresen?

--Es una búsqueda biológica del cuerpo. No hay que forzarlo. Dejo libres a los actores y a los bailarines para hacerles sentir y buscar sus posibilidades tanto mentales como corporales.

--Pero así como los renacentistas parecen agotar las posibilidades plásticas del cuerpo humano en bloque, sin traspasar la piel, usted parece mirar el cuerpo como un instrumento extraño: Me levanto con él, ando con él...

--Vivimos con un cuerpo que no conocemos. Es un desconocido para nosotros. Tratamos de acceder a él, pero realmente no somos capaces de saber realmente lo que es. Generalmente, lo vemos de forma irreal. Porque el cuerpo es un paquete, un traje lleno de reacciones químicas, biológicas y alquímicas.

--Entonces somos fluidos, transmisiones, nervios, combustiones, aire...

--Somos un laboratorio que nos permite conectar con los otros unas veces, pero otras no. En muchas ocasiones es más interesante cuando no permite la conexión que cuando somos capaces de conectar con los otros. Hay una individualidad que el cuerpo no quiere perder.

--Los místicos desconfiaban del cuerpo. Creían que era una cárcel que le impedía al alma volar libre hacia lo absoluto. ¿Qué hay de místico en su teoría?

--Con los estudiantes del taller todavía es muy pronto para hablar de mística, para llegar a esta vía de la verdad. Pero hay una corriente de la sabiduría fundamentalmente femenina en la que descubrieron que el acercamiento místico no te lleva a pensar que el cuerpo es una prisión, sino una vía de acercamiento a la Naturaleza. Son los católicos los que hablaron del cuerpo como cárcel.

--¿Podría precisar más esta mística naturalista?

Las místicas que yo he estudiado, (por ejemplo los escritos de Hildegarde von Bingen, una autora del siglo XII que describe sus visiones y sus conocimientos intuitivos sobre el cuerpo y sobre las virtudes terapéuticas de las plantas y de los animales), tratan acerca de la felicidad que alcanzan. Lo que descubren es que la mística no te lleva al sufrimiento, sino a la felicidad, que reside en la relación del cuerpo con la naturaleza y con los animales, los árboles, las plantas, los insectos...

--Los insectos. En algunas ocasiones, usted los ha utilizado por miles en sus instalaciones ¿De dónde procede esa fijación?

--Cuando tenía 16 años instalé una tienda de campaña en el jardín de mi casa y allí monté mi primer laboratorio. Allí hice mis primeros dibujos, ensayé los primeros colores. Observaba a los insectos, cogía gusanos y mariposas, y a aquellos les colocaba alas. Hacía experimentaciones sobre la metamorfosis. Mis padres se dieron cuenta del interés y la fascinación que sentía con los insectos y me regalaron una colección de libros de entomología heredados de mi abuelo que yo no conocía. Ese regalo me hizo pensar y me influyó muchísimo.

--¿Era la belleza metálica de los escarabajos, el colorido de las mariposas lo que le impresionaban, o era más bien su funcionalidad, la eficacia, la levedad, el vuelo?

No no, nada de eso. Me fascinaba cómo se comportaban, la manera en que ocupaban el territorio y los espacios y también la metamorfosis.

--¿Semejantes a los paisanos que pueblan los cuadros de El Bosco?.

--Si. Eso es. Los pintores flamencos, como Brueghel, Van Eyck, el Bosco, pintan seres que se abren hacia todos los lados. Sin embargo la pintura holandesa (Vermeer, por ejemplo) tiene un concepto del espacio que converge hacia un punto.

--Su estética parece cercana al Aristóteles observador y clasificador, pero también al Platón del mundo de los conceptos

--En todo mi trabajo estoy muy interesado y parto en gran medida del mundo griego, especialmente el concepto de pharmakón . Esa palabra designa un líquido que sirve tanto para sanarte como para envenenarte. En realidad es mi idea del teatro. Sirve para la sanación y para el envenenamiento, tanto de los actores como del público.

--Usted ha dicho que la belleza es el color de la libertad ¿qué significa?

--Cualquier belleza sobrepasa a cualquier ideología. El color de la libertad es el color del artista. No es el negro ni el blanco. El color del artista es el de la libertad.