En mitad del mundo en el que vivimos, de "asfalto, ondas electromagnéticas y conexión total", el escritor Joaquín Berges y su nueva novela, "La línea invisible del horizonte", invitan a los lectores a "perderse" en el Pirineo aragonés, su fuente particular de "paz interior".

"Nos hemos alejado demasiado de la naturaleza, le hemos dado la espalda, cuando nuestro cerebro reconoce como propios este tipo de escenarios", afirma el autor (Zaragoza, 1965).

Por ello, ha situado la acción de su novela (Tusquets) en el Pirineo, un lugar en el que reconoce sufrir una especie de "síndrome de Stendhal" y donde llega el protagonista de la ficción, Javier, un hombre que, escapando de sus remordimientos, encuentra un pequeño pueblo donde descubre el valor de las labores "sencillas".

"Perderse" hoy en día es un "lujazo", reconoce Berges, y pocos harían lo mismo que Javier, no coger el cargador del móvil, antes de empezar un proceso de reflexión sobre uno mismo y el conflicto entre "la soledad y la necesidad de estar acompañado".

"Y acompañan más quince personas -dice refiriéndose a los habitantes de Sinia, el pueblo ficticio ideado para la novela- que miles de ellas dentro de una ciudad", asegura el escritor.

A lo que añade una cita del libro, "el interés que despierta un forastero es inversamente proporcional al número de habitantes del pueblo adonde llega", una fórmula que también le sirve para expresar que, cuantas menos personas haya, "más valdrán las palabras que se dicen y las que no se dicen, los silencios".

Aunque un poco de soledad a veces sea necesaria, apunta, "cuando tenemos problemas, necesitamos vivir en comunidad". De hecho, nuestra convivencia en sociedad se basa en "cómo nos reflejamos los unos en los otros", idea que ha simbolizado a través de la presencia de un pantano, que inunda el que era el antiguo pueblo en el que antes residían los habitantes de Sinia.

"Por eso nos gusta ver programas en televisión que nos dicen cómo viven los demás; aquí las historias de los personajes se reflejan en la calma del pantano, como en un espejo", teoriza Berges, quien ama las metáforas y juegos de palabras a la hora de escribir una narración.

Reconoce que el humor está menos presente que en sus novelas anteriores -"uno tiene que ponerse retos para no encasillarse"- y que en "La línea invisible del horizonte" cobra una importancia trascendental el juego: "Todos aprendemos a vivir jugando, porque es un simulacro de la vida: matas, te matan, ganas y pierdes, pero nada es de verdad".

Y en el mundo real, ese en el que muchas veces se pierde, Berges reivindica fervientemente "las segundas oportunidades", aunque también "las terceras, cuartas y quintas": "Estamos siempre muy condicionados, tomamos decisiones y parece que tienen que ser importantísimas en nuestra vida, pero no es así".

"Hay que abrir la mente", defiende el escritor, ya que, como demuestra a través de su protagonista, "la vida tiene muchas oportunidades, elijas el camino que elijas".