INTERPRETES: English Baroque Soloists, Monteverdi Choir, J.E. Gardiner

LUGAR: Sala Mozart del Auditorio

FECHA: Martes, 6 de abril

ASISTENCIA: Lleno

¿Hay mejor forma de pasar la velada del Martes Santo que escuchando la Misa en si menor de Bach? El Auditorio, en su exitosa Temporada de Primavera, nos regaló ayer un concierto de oro, con John Eliot Gardiner dirigiendo a sus huestes: el pequeño pero impresionante Monteverdi Choir y los inefables Solistas Barrocos Ingleses.

La sesión duró dos horas sin interrupciones. No se hizo nada pesada y gustó mucho, como se desprende del encendido aplauso final, ovación calurosa que no se deduce de un chispún conclusivo, sino de la profunda impresión que dejó el concierto.

Para su gran misa, Bach desplegó toda su sabiduría e inspiración, reflejando los distintos aspectos del texto litúrgico (plegaria, exaltación, acción de gracias) en una obra monumental y contrastada. La lectura de Gardiner es fluida y cantable. El ritmo escénico que impone a su grupo es magistral. Solistas y vientos avanzaban a sus posiciones en podios preparados para sus intervenciones sin estorbar ni ralentizar el discurso, los distintos segmentos de la obra se encadenaban con naturalidad y la capacidad para recrearse en los aspectos más emotivos era máxima.

Del Monterverdi Choir se pueden decir todas las alabanzas y no exagerar en lo más mínimo. Testimonia la calidad de sus componentes el hecho de que fueran miembros del coro quienes desarrollaran, y cómo, las partes solistas de arias y dúos. El conjunto inglés canta con precisión, definiendo una línea melódica donde todo encaja: el contrapunto más enrevesado, las complejas figuraciones, las largas notas llenas de contenido. El texto se enuncia con limpieza y sentido. Si la música se torna brillante, los diecinueve cantantes parecen cincuenta. Si lo que toca es el recogimiento, un susurro perfectamente afinado sale de sus bocas. Son un portento.

Los English Baroque Soloists conforman uno de los mejores exponentes de la profesionalidad que define a los grandes músicos británicos. El color orquestal de la Misa de Bach recibía de estos intérpretes una lectura que captaba todas las calidades exigidas. El continuo, desarrollado por órgano y clave, enriquecía el sonido y ayudaba al ritmo. Y cómo no hablar del precioso sonido del trío de trompetas o del lujo que era el resto de la sección de vientos, o la vibrante sección de cuerdas que lo mismo se arrancaba con contagiosa vitalidad que destacaba una nota lánguida, un quejido sonoro, en un aria. Simplemente glorioso.