La nueva película de John Travolta, The forger, es una peculiar mezcla de thriller criminal y drama familiar que presentó ayer en el Festival de Toronto. En ella, el actor estadounidense da vida a un falsificador de cuadros obligado a llevar a cabo un último trabajo mientras que trata de recuperar el tiempo perdido con su familia.

--La historia que The forger cuenta está constantemente permeada por la idea de la muerte. ¿Cuál es su relación personal con esa idea?

--Llevo pensando en la muerte desde que tenía 5 años. Recuerdo que entonces vi La strada, de Federico Fellini, y entonces descubrí que es posible morirse de tristeza, por culpa de un desamor. La mayoría de niños pensaban en jugar a indios y vaqueros, pero yo pensaba en Giulietta Masina en La strada. De todos modos, con el tiempo he perdido el miedo a la muerte.

--¿Cómo?

--Porque gente muy cercana a mí ha sido sacudida por ella antes de tiempo, entre ellos mi hijo Jett. Y siento que tengo la obligación moral de no tener miedo. Sería una falta de respeto tenerlo cuando otras personas han afrontado la muerte con tanta valentía y dignidad.

--The forger también es una película sobre las mentiras piadosas. ¿Está de acuerdo en que usted, en tanto que actor, ha basado su carrera en la mentira?

--Claro, a nosotros se nos contrata para mentir. El mejor actor es el actor que mejor miente. Pero nunca he mentido para conseguir un papel. Crecí en una familia de actores, podía cantar y bailar, no sentí que tuviera que mentir. Además, nunca me he movido por la búsqueda del éxito sino principalmente del placer que el trabajo me proporciona. Y el éxito me llegó muy joven: a los 24 años fui nominado al Oscar por Fiebre del sábado noche. Afortunadamente el éxito no se me subió a la cabeza.

--¿Cómo le afectó el declive en el que entró su carrera posteriormente, durante los 80?

--Hasta Pulp Fiction, lo pasé mal. Pero ese es un pensamiento retrospectivo. En su momento yo no era consciente de haber perdido tirón. Quizá fuera que me negara a ver la realidad, o que desarrollara un excesivo instinto de protección, qué se yo.

--¿Cómo se explica esos años de olvido?

--Este negocio es muy duro, y supongo que yo perdí la concentración. Un actor debería estar ocupado lo más posible, porque cuando actúas estás muy centrado. Es en los intervalos entre película y película que corres el riesgo de perderte. Cuando yo era joven no hacíamos tres películas al año como ahora, hacíamos una cada dos años. Teníamos demasiado tiempo libre y era fácil distraerse.

--Cuando piensa en su carrera, ¿de qué se siente más orgulloso?

--De que, por algún motivo, he hecho varias películas que resisten el paso del tiempo, que poseen un poder de influencia persistente. Cada año se celebra en Los Ángeles una proyección de Grease por la que la gente paga 300 dólares, y todo el mundo canta y baila. Hay pocas películas que tengan ese efecto 40 años después de su estreno. ¿Y qué decir de la influencia de Pulp Fiction?

--¿Es casual que en ambas películas apareciera usted bailando?

--¡¿Quién sabe?! Me sigue gustando mucho bailar. Me encantaría protagonizar otra película en la que mi personaje tuviera que bailar. Eso sí, a veces me cruzo por la calle con gente y siento que tratan de hacerme el corrillo, como si esperaran que me ponga a bailar. Eso es un poco incómodo.