Llegó, llenó el Teatro Principal, cantó y triunfó sin paliativos. Ofreció 24 piezas, y si por los espectadores hubiera sido aún estaríamos allí: Jorge, cantando y contando historias y anécdotas, y el personal, arrobado, abducido, emocionado, gozando sin contemplaciones de un espectáculo realmente gozoso, magnético, brillante. Él, arriba, en el escenario, acompañado por músicos solventísimos (Martín Leitón, bajo y leona; Javier Calequi, guitarra; Carlos Campi, percusión, guitarra y teclados, y Borja Barreta, batería); los gozadores, abajo, pero en íntima comunión con el artista. Él es Jorge Drexler, de quien tengo escrito que compone con la precisión de un cirujano y el arrebato del poeta.

Ahí reside, precisamente una de las claves del atractivo artístico de este uruguayo ya madrileño, de este milonguista del tiempo presente: en su talento para escribir unos textos espléndidos, así hablen de amores y desamores, de ecología, de compromiso social o de hedonismo, y para facturar unas músicas reconocibles pero no tautológicas; populares, pero no banales, canónicas y rompedoras a un tiempo. Conoce como pocos el secreto de las canciones y con él hace la magia que atrapa al oyente. Pero hay más factores que conforman ese atractivo mencionado: su capacidad interpretativa, los matices de su voz y dominio de un directo que es algo así como un work in progress, donde el material conocido se va transformando en propuestas nuevas.

El viernes vino a presentar Salvavidas de hielo, su disco más reciente, y vaya si lo presentó: de él tocó todo su contenido, excepto Mandato. A saber: Movimiento, Abracadabras, Estalactitas, Asilo, Despedir a los glaciares, la pieza que titula el álbum, Pongamos que hablo de Martínez (un tributo a Sabina), Silencio, Telefonía y Quimera. Recordó sus primeras visitas a Zaragoza a la ya extinta sala La Piedra de Blarney, y homenajeó a Alfredo Zitarrosa, Leonard Cohen y Tom Petty, de quien unió Free Fallin’ a su canción Antes. Montó, mediado ya el concierto, un sugerente set acústico (el solitario o acompañado por algunos músicos) y completó su generoso repertorio con Bolivia, Transoceánica. 12 segundos de oscuridad, Universos paralelos, Sea, 730 días, Me haces bien, Milonga del moro judío, Alto el fuego, Río abajo, La trama y el desenlace... Cuando quiso despedirse un estruendo de aplausos le obligó a volver al escenario para cantar la mencionada Telefonía, más Bailar en la cueva (toda una fiesta ) y Luna de Rasqui. Y aún tuvo que volver para decir definitivamente adiós con otra pieza que ya hemos anotado: Quimera.

En Salvavidas de hielo, Drexler nos advierte sobre lo efímero de lo que en ocasiones resulta el amor. Pero el conjunto de su obra es justamente lo contrario: duradero, eterno, perdurable. Un salvavidas de canciones para náufragos con ansias de vida. ¡Qué tío!