Está solo en el escenario y le quedan 90 minutos de vida. Es Jorge Sanz, que hoy y mañana (20.30) protagoniza el monólogo Tiempo en el Teatro de las Esquinas.

—Se estrenó en diciembre, aunque antes ya había tenido recorrido en catalán con Quim Masferrer como protagonista (también es el autor) y Ramón Fontseré como director. ¿Quién buscó a quién?

—Yo creo que la vida y el tiempo va colocando las cosas en su sitio. Conocí a Ramón en el rodaje de Vivir es fácil con los ojos cerrados, de David Trueba, donde una noche estuvimos cuatro horas perdidos por el Cabo de Gata oyendo a Springsteen. Ahí nació una amistad indestructible. Y cuando le preguntaron quién podría hacer la versión en español de la función, no se lo pensó y dijo que yo, si me dirigía él, claro.

—¿Ha sido necesario alguna adaptación?

—Sí, por supuesto. En esta obra se rompe totalmente la cuarta pared; el público no sabe con quién está hablando, si conmigo, con mi personaje, con un personaje que me he inventado... por eso al principio está un poco descolocado. Ha habido que adaptarla porque Quim la hacía a su manera y yo a mi estilo.

—A su personaje le quedan 90 minutos de vida. ¿Qué hace?

—(Piensa) Dicho así de golpe... Yo todavía no sé que haría. Yo creo que hasta que a uno no le llega el momento; ese es el ingrediente final que falta para saber qué harías tú. En el escenario, manejo todas las posibilidades, desde la libertad que te da el saber que no va a tener consecuencias lo que digas, porque te vas a morir y ya te pueden juzgar, denunciar, lo que sea. Empiezo tocando todos los abanicos, desde la política hasta la monarquía y acabas angustiándote haciendo reflexiones sobre el tiempo, la muerte... todo con sentido del humor y cierta retranca porque si no, en la vida, si no te lo tomas todo con un poco de sentido del humor, estás fastidiao. Como dijo Vicente Haro, la vida es una sucesión de putadas y entre putada y putada hay que pasárselo bien. De eso es de lo que habla la función.

—¿Ha sido un reto?

—Totalmente, porque estoy solo en el escenario durante una hora y media. Y es una obra dirigida por Fontseré, que es el director de la compañía de teatro más antigua de Europa, Els Joglars. Ha sido todo un reto, por supuesto, y una experiencia maravillosa. Y para mí, un salto, porque he conseguido algo que no había hecho nunca en teatro, que es emocionarme yo y emocionar a la gente. Hacemos un verdadero monólogo no al uso, tipo, por ejemplo al Club de la comedia, sino que es una obra teatral con todos sus ingredientes, sus personajes teatralizado, donde solo habla uno, aunque hay tres.

—¿Cómo se lleva el tener un cronómetro con la cuenta atrás…?

—Es muy angustioso, pero hay que convertir esa sensación en tensión dramática y en risas.

—¿El otro personaje es la silla de ruedas?

—-Hay otro, que no se sabe muy bien si es el bedel del hospital, porque yo estoy en pijama

—¿Como se preparó para abordar su papel?

—La verdad es que desgasta. Es un trabajo de memoria asombroso, porque es una maquinaria muy bien estructurada. Y físicamente, por supuesto, hay que estar en plena forma física y mental y estar muy templado. Estoy hora y media soplando así que pasaba el texto en bicicleta subiendo cuestas, para que te hagas una idea. Tengo que bailar un vals con la silla de ruedas, un vals que ha montado el campeón de España de baile de salón en silla de ruedas; me monto una faena de toros imaginaria, que ha pensado Miguel Cubero, que es la mano derecha de José Tomás durante 20 años. Las cosas bien hechas (risas)… a la catalana.

—¿Que siente cuando acaba la función?

—Estoy agotado pero feliz por la sensación de que el público se lo ha pasado bien y se va satisfecho, con la boca llena, mascullando la función con su amigo de al lado y con la cabeza llena y eso se nota.

—¿Hay cabida a la improvisación?

—No. La improvisación es una vía de escape. Estando solo todavía porque suenan los fusibles y tú te los vas recolocando, pero si estas con alguien más en escena y empieza a improvisarte, lo quieres matar. He estado de gira con Enrique San Francisco, estoy preparado para todo.

—¿Qué tal su relación con Fontseré? ¿Ha acabado esa amistad que nació en esas cuatro horas?

—Al revés, se ha cimentado. Todo en esta función es una contradicción. Quim es de unas ideas políticas; y Ramón las tiene completamente opuestas pero hablan el mismo idioma; y yo que no tengo nada que ver en la movida...

—Qué le da más satisfacciones, ¿el cine o el teatro?

—No sabría decirte. Siempre he pensado que el cine hasta esta función, porque es muy gratificante notar que conecto con el público. En el cine hay que hilar más fino, pero haces películas como Belle epoque o La niña de tus ojos y sabes que mis nietos me seguirán viendo.

—Ha habido altibajos, pero su carrera ha sido muy larga.

—Este oficio es así, Si te quieres mantener no tienes que pensar en mantenerte arriba sino mantenerte en el tiempo.

—¿El oficio dice constantemente que le quedan 90 minutos?

—No, pero cada trabajo es un examen. Yo voy a Zaragoza, donde posiblemente haya forjado mi carácter con mis amigos y me apetece mucho. Es una obra que me apetece que vean la gente querida.

—Y cuando mira al futuro, ¿que ve?

—Cine, teatro, televisión… Estoy preparando un programa de entretenimiento, a ver si funciona. Hay que tocar todos los palos que uno pueda y que controle. Yo en principio no me pondría a cantar, porque no sé, ni a bailar, pero todo lo demás que sepa y pueda sorprender y entretener a la gente pues lo intentaré toda mi vida, es una delicia.