La figura de Alfonso I el Batallador es tremendamente controvertida: un héroe para los cronistas aragoneses, pero un villano para los leones y castellanos. El historiador y prestigioso escritor de novela histórica José Luis Corral se ha aliado en esta ocasión con su hijo Alejandro para tratar de fijar de alguna forma la imagen de este rey fundamental en la historia no solo de Aragón, sino de toda España, buscando de alejarse de los estereotipos «y hacerlo de carne y hueso», dicen los autores. El resultado es Batallador (Doce Robles), novela que hoy presentan, a las 19.30 horas, en el Museo Pablo Serrano.

No es una tarea fácil centrar la figura de este rey, más cuando apenas existen 300 documentos referentes al periplo vital y político de Alfonso. De ahí que el planteamiento, «más que una historia novelada», se haya centrado en lo que podríamos denominar «una novela histórica de personajes», donde el perfil psicológico de los mismos «resulta realmente potente».

Estamos hablando de una figura «que por las crónicas y los documentos es una de las más fascinantes de la historia», dice Alejandro Corral, «que participó en 30 batallas de las que sólo perdió una (que le costó la vida), marcado por su homosexualidad y que unió por primera vez, siglos antes que los Reyes Católicos, las coronas de Aragón y Castilla, pero también León y Pamplona». Sin embargo, su figura no ha tenido un reconocimiento unánime en todos los territorios que gobernó «hasta el punto que lo han borrado de los reyes de Castilla, que pasan directamente de su Alfonso VI a su Alfonso VII sin contar al aragonés, que murió firmando como rey de Castilla, en lo que es otra manipulación de la historia», asevera José Luis Corral.

BLANCO O NEGRO / Y es que ateniéndonos a las crónicas leonesas, como la Historia compostelana o las Crónicas anónimas de Sahagún, muy contrarias a El Batallador, estas achacan el fracaso del matrimonio de Alfonso con Urraca de Castilla a la violencia y maldad con las que el rey aragonés trató a su mujer, a la que llegó a encerrar y castigar con violencia física, según cuentan. Lo llaman «celtíbero furibundo», «impío aragonés», «nefando tirano» y lo tildan de «invasor, pérfido, traidor, cobarde, malvado, felón, ladrón, saqueador, perjuro y soberbio».

Las aragonesas, como la Crónica de San Juan de la Peña, sin embargo, presentan a El Batallador como un rey valeroso, buen gobernante y prudente; y alegan que fue doña Urraca la responsable de la ruptura y la acusan de cometer adulterio con al menos dos nobles leoneses, por lo que don Alfonso la repudió, aunque aseguran que la trató bien, incluso con «amor y prudencia».

«Mirado con los ojos del siglo XXI, sí sería un maltratador, pero en aquellos tiempos hablar de feminismo o de maltrato a la mujer era algo que no entraba en sus cánones», apunta Corral padre, quien considera que el tratamiento que castellanos y leoneses por una parte y aragoneses por otra dan a la personalidad de Alfonso I «es exagerado por ambas partes, o es blanco o es negro, por lo que definir su figura lo hace complicado para el historiador».

De lo que sí está convencido es de que Alfonso I «fue un adelantado a su tiempo, pues formando parte de la clase dirigente, de la familia real, dictó una serie de fueros que fueron fundamentales para la repoblación de las zonas que conquistaba. Aragón estaba en la frontera con los reinos musulmanes y sabía que si no hacía algo los musulmanes de estas zonas conquistadas se marcharían, por lo que dictó fueros extraordinarios, como los de Daroca, Calatayud o Soria, que convertían a los repobladores en hombres libres, en el sentido que tenía la palabra en aquel momento, y además no se pagaban impuestos».

Gracias a esos fueros, los musulmanes no se marcharon y las áreas conquistadas fueron atractivas para la repoblación, algo que de otra forma no hubiese sido posible. «La gente había estado sometida a regímenes señoriales, y que venga un rey a decirte que no vas a tener un señor al que pagar impuestos era muy atractivo. Aquello, en el momento es una revolución». Hasta el punto que hoy, cuenta José Luis Corral, «los historiadores de otras regiones se asombran de que eso fuese así».

Pero más allá de los hechos digamos políticos, la novela, como se ha dicho, trata de abordar la esencia del personaje o, más bien, de los personajes con los que convive. «Tras leer las crónicas hemos hecho una revisión para tratarlo como hombre, y de él dicen que gustaba más de la compañía de hombres que de mujeres; pero a pesar de estar siempre rodeado de hombres era un hombre solitario, fue un segundón que no estaba destinado a ser rey, estaba también muy marcado por el espíritu caballeresco de la época lo que posiblemente lo llevó al final de su vida a una cierta demencia, como demuestra el testamento en el que deja sus reinos a las órdenes militares, que es como si hoy Felipe VI les pasase la corona al Real Madrid y el Barcelona», explica José Luis Corral.

Para tratar de acercarse a ese hombre, los novelistas crean algunos personajes ficticios. Uno de ellos Bernardo de Jaca, soporta, digamos la carga psicológica del rey: «A través de él tratamos de contar lo que pudo sentir Alfonso». Esto permite así abordar la homosexualidad del rey, ««con una tensión sexual tremenda, pero nunca con escenas escabrosas»; llenar etapas que son auténticos vacíos históricos «de años enteros», o fabular con hechos como la muerte de su hermano Pedro I en Arán «en circunstancias desconocidas», lo que permitió a Alfonso ser rey.