LA VIDA DE LOS LIBROS

AUTOR José Luis Melero

EDITORIAL Xordica

PÁGINAS 146

Me gustan los saberes inútiles, los no codificados, lo que parece que es insignificante". El bibliófilo zaragozano José Luis Melero despliega en La vida de los libros (Xordica, 146 páginas), su capacidad de buen lector para indagar más allá de las simples historias que nos cuentan los libros, para extraer lo que latía en los autores al escribirlas, para sonsacar con calma lo que aún guardan y callan.

En el viejo Madrid quedan algunos portales que basta asomarse para que nos expliquen mejor el siglo XIX que una novela de Galdós o que un tratado histórico. Pepe Melero tiene por cierto que tirar de una pequeña anécdota significa muchas veces despertar un mundo completo, una época, las múltiples formas universales del ser humano.

Este lector avezado da un breve repaso a su biblioteca de aragoneses levantar y hacer justicia a escritores entrañablemente estrafalarios, como el coplero Mariano Sebastián que firmaba sus libros como El autor de lo peor que hay en el mundo. Pero también pone en su sitio a insignes próceres de conciencia malherida, como ese Laín Entralgo del que dice que en sus años de estudiante de Medicina en Zaragoza sólo se juntaba con vascos y que años después, en 1984, ni vino a recoger el Premio Aragón de las Letras.

LA CUADRATURA DEL CÍRCULO La vida de los libros habla de historias muy pegadas a su tiempo que merecían ser resucitadas del olvido, como la de esa Resolución del problema de la cuadratura del círculo, de Juan Antonio Estremera, un "rústico labriego" como él mismo se califica en el prólogo y que en el frontispicio señala ser "de Atea, partido de Daroca". Este libro lo tuvo un presidente de Colombia. José Luis Melero lo rescató de un mercadillo en Cochabamba y lo trajo de vuelta a casa. ¿Cómo pudo llegar ese libro allí?, se pregunta.

"Me gustan los saberes que no tienen importancia --explica el bibliófilo--, porque está la vida allí, en estos pequeños personajes, en los escritores fracasados, los libros que no tienen lectores, los que nadie levanta del suelo cuando los ve por el rastro". Ecos del corazón escrito por María Verdejo, se abre con una nota: "Cierre este libro sin leerlo quien no guste de oír tristezas; yo he cantado casi siempre con el acento de la melancolía". José Luis Melero nos transmite con esa frase toda una atmósfera.

Aparecen anécdotas como la de Manuel Bastos, el médico que escuchó las últimas palabras de Durruti: "Ya se alejan" en referencia a los aviones. Pero ya no se va a hablar de Durruti, sino del propio Bastos, quien, locamente enamorado de la hija de su propio hermano, luego su esposa, le escribe un libro conmovedor, tan apasionado que sólo autorizaron su difusión privada. "Debía de pensar, sin duda, que el amor puede ser revolucionario", apostilla Melero.

"Procuro atrapar pequeños rasgos de genialidad, contar las cosas que a mí me gustaría que me contaran. Como lector, busco lo que no está contado ya en todos los manuales". Y cuenta que Isabel Palacín, la abuela de Felicidad Blanc (viuda de Leopoldo Panero), que procedía del Alto Aragón, fue el gran amor de Joaquín Costa, con quien tuvo una hija que confesó que su madre amó al León de Graus "con locura, toda su vida". Dice Melero: " A esos seres quiero mirarles a los ojos y decirles: Vosotros también merecéis estar en un libro. Os vamos a hacer justicia"

GALERÍA DE PERSONAJES En esa línea de hacer justicia, plasma la insidia de Líster sobre Sender al decir el militar que el escritor huyó en coche a Madrid el día de la batalla de Seseña poniéndose de relieve "su falta de condiciones y que sus nervios no estaban hechos para sufrir los tiros y las bombas". Melero interviene y señala que "Líster no le perdonaba que fuera el único intelectual que no se dejó engañar por el Partido".

Desfilan por el libro gente como Sixto Celorrio, Borao, Larra, Gil de Biedma, Braulio Foz, Mariano Castillo, José Sampériz, Benet, Buñuel... Una galería maravillosa. No elige Melero cualquier cosa insignificante, sino elementos pequeños, pero significativos, esos que diferencian a los "lectores con personalidad --dice--, aquellos que no solo leen lo que les aconsejan los críticos literarios".