Y el crítico de arte decidió viajar. A Francisco de Cidón, Zeuxis, le gustaron las fotografías que Ricardo Compairé había hecho de las esculturas que José Mª Aventín acababa de presentar en el Círculo Oscense de Huesca, entre los días 11 y 20 de abril de 1931. Todo apunta a Ricardo del Arco como responsable del envío que animó al crítico de Zaragoza a conocer la obra de un nuevo artista del que nada sabía. La idea era viajar a Huesca en tren, pero su amigo Cativiela se ofreció acompañarlo con su coche. Del Arco se encargó de las presentaciones. Lo que prometían las espléndidas fotografías de Compairé pudieron constatarlo ante la colección de bustos de José Mª Aventín (Santaliestra, 1897-Madrid, 1984).

Francisco de Cidón le propuso exponerlos en el Centro Mercantil de Zaragoza pero cuando el artista ya estaba convencido resultó que la sala iba a cerrar durante unos meses por obras. Solo cabía la posibilidad de compartir espacio con la ceramista Dionisia Masdeu -a cuya trayectoria dedicamos hace meses un Visor- cuya exposición ya estaba programada. Masdeu aceptó; cómo negarse a la petición. Del 16 al 23 de mayo, el salón de fiestas del Casino Mercantil presentó las cerámicas de Dionisia Masdeu y las esculturas de José Mª Aventín. Y como entonces era costumbre, se organizó un banquete en homenaje a ambos artistas en el restaurante Ruiseñores, al que asistieron cerca de cuarenta comensales: Zeuxis, Gaspara Masdeu, hermana de Dionisia, Ricardo del Arco, los escultores Enrique Anel y Ángel Bayod, el pintor y diseñador Félix Gazo, tal como señala Pérez-Lizano en el catálogo de la exposición de Masdeu (Muel, 2007). Ramón Acín, maestro de José Mª Aventín, no pudo acudir a la cita por haber recibido la visita de Viladrich.

Familiares y amistades

En su reseña para la revista Aragón (julio, 1931), Zeuxis relató lo que ya hemos contado antes de centrarse en el análisis de las obras de ambos artistas. Aventín presentó 22 bustos de familiares y amistades; el crítico se detuvo en el «busto romano» de Ricardo del Arco que, en su opinión, era el más logrado de todos; en el de Ramón Acín: «aquí tenemos, no a un romano, sino a un guerrillero de la independencia, materia, entre madera y piedra, no bronce; profunda expresión en la mirada, rictus de sufrimiento o desprecio, más bien de las dos cosas; muy bien colocada la cabeza; esto es notable en todas las esculturas de Aventín, no son cabezas cortadas, se continúan en una línea ideal que dibuja perfectamente el cuerpo y la figura toda»; en el de Ricardo Compairé, «ni romano, ni guerrillero, a pesar de los pliegues de la túnica, actual»; y en los bustos de Mi primo Baltasar, Patrito Cardús o Blanca Bescós. En todos apreció «el espíritu alado de Julio Antonio».

Para su presentación en Zaragoza, Aventín incluyó el busto de Narciso Torrente que no había mostrado en el Círculo Oscense, donde sus obras estuvieron acompañadas por las de varios artistas locales: esculturas de Miguel San Miguel; el retrato que Ramón Acín hizo a Antonio Potoc; las últimas caricaturas de Manolo del Arco; el cartel de la exposición, a cargo de Jutglá; y fotografías de Compairé que, en opinión de Ricardo del Arco, mostraban al «artista de siempre, perspicaz y seguro, que juega con las luces y los efectos, cuyo valor conoce y depura con destacada sensibilidad. Parte de ellas son reproducciones acabadas de los retratos esculpidos de Aventín; las otras versan sobre motivos de alfarería, delicadamente escogidos y vistos muy a la moderna. Posee, como pocos, la visión de la belleza de lo pequeño, del detalle simpático, otras veces evocador, desdeñado por los fotógrafos al uso». Resultó que en el comentario los bustos de Aventín pasaron a un segundo plano ante la maestría de Compairé. La fotografía se impuso a la escultura. En 1931.

Si atendemos al comentario de Ricardo del Arco, parece que las fotografías que Compairé presentó son las de los bustos y no las de la extraordinaria y modernísima galería de retratos en la que hizo posar a los modelos, como lo habían hecho para Aventín, junto a sus bustos. Una parte de aquellas fotografías la seleccionamos en la exposición Signos de la imagen en Huesca, en 2006.

Estancia en Madrid

A las exposiciones en Huesca y Zaragoza siguió la estancia de Aventín en Madrid para estudiar escultura en San Fernando, gracias a la pensión de la Diputación de Huesca. Aunque la primera idea fuera viajar a París. El 14 de noviembre de 1930, Ramón Acín escribió en El Diario de Huesca el artículo Pensiones sin guitarra, que solicitaba una ayuda de la Diputación para Aventín al entender que reunía todas las cualidades exigibles: gran afición al arte y voluntad firme, condiciones innatas de artista y ganas de adquirir cultura para poder trabajar «sin el ahogo de buscar el pan de cada día». Aventín, escribió Acín: debe salir de Huesca, y la entidad que lo pensione no se arrepentirá; ahora, eso sí, reclamó una ayuda más generosa que la que él recibió de la Diputación de Huesca: 1.000 pesetas anuales que, al no saber tocar la guitarra para ayudarse en sus estudios, todavía no se había puesto al corriente de los cocidos retrasados de sus tiempos de pensionado. Tras sus dos primeras exposiciones en Huesca y Zaragoza, y la concesión de la ayuda, Aventín pudo pensar que, por fin, era hora de actualizar el viejo sello que lo presentaba como ebanista y tapicero por uno nuevo en el que dejara clara su profesión: Aventín, escultor. Pero algo debió de torcerse, a pesar de los bustos que realizó de reconocidos personajes como Azaña, o de José Vallés, fiscal de la República, y Agustín Viñuales, Ministro de Hacienda, que pudieron influir en los encargos.

En 1966 Aventín regresó a Huesca. Vivía aislado en la torre de la iglesia de Santo Domingo sin apenas nada. Dicen que leía vidas de santos y La imitación de Cristo de Tomás de Kempis. Hizo algunos retratos de personajes de Huesca y el medallón de Walt Disney para la casita de Blancanieves en el parque de Huesca donde un lejano día posó con sus amigos Compairé y Acín delante de Las Pajaritas. Todo había empezado cuando su madre, maestra y gran lectora, quiso para su hijo un futuro mejor que ser carpintero como el padre y lo matriculó en las clases de dibujo del Centro Católico de Huesca y en la academia de Ramón Acín. En 1929 anota Ramón Lasaosa, estudioso de su obra, el punto de inflexión en la trayectoria de Aventín: Felipe Coscolla eligió su taller para construir la peana de un paso de Semana Santa para Huesca. Aquello le animó a abandonar la ebanistería y dedicarse en exclusiva a la escultura. El 1 de enero de 1930 inició el busto en escayola pintada de Ramón Acín, su maestro y valedor. El final de la historia es triste: en 1970 Aventín regresó a Madrid donde murió en 1984.