Investigando el origen del oro comprado por el régimen franquista a Suiza, el periodista José María Irujo (Amatria, Pamplona, 1955) se topó en 1997 en los archivos del Ministerio de Asuntos Exteriores con una lista de 104 espías nazis que los aliados, al acabar la guerra, reclamaron a Franco, pero ninguno de ellos fue entregado. Muchos encontraron refugio en casas de españoles y otros fueron cobijados por la Iglesia para recalar en Latinoamérica. De ese hallazgo salió La lista negra (Aguilar).

Irujo indagó en la vida y aventuras de todos ellos (algunos aún viven), los situó, del primero al último, con nombre, apellido, cargo y dirección y los encajó en la turbulenta historia de la España de posguerra civil utilizando como hilo conductor a Reinhard Spitzy, un austriaco católico, capitán de las SS, diplomático y miembro de la Abwehr, la inteligencia militar alemana. Este joven de 30 años, culto, políglota y atractivo, fue enviado a Madrid en 1942 por el almirante Wilhelm Canaris con la misión ultrasecreta de entrar en contacto con los aliados para que sondeara la posibilidad de un final de la guerra que no supusiera la rendición incondicional de Alemania. Por aquel entonces, incluso los enemigos domésticos de Hitler creían en ese milagro.

El autor conduce la obra a ritmo de reportaje periodístico de gran calado, que puede leerse de un tirón. Como contrapunto de Spitzy, introduce en la trama a Aline Griffith, una joven estadounidense de 20 años enviada a Madrid a finales de 1943 por la OSS, antecedente de la CIA, para controlar a los espías nazis.