--Esta tarde (por ayer) va a hablar sobre la música aragonesa en el Siglo de Oro. ¿Qué importancia ha tenido Aragón en ese siglo en la música?

--Aragón ha tenido importancia siempre. Ya en el virreinato de Alfonso el Magnánimo, Alfonso V, y María, había grandes músicos en la corte. Aragón ha sido más importante en la música incluso que Castilla. No se podría cuantificar la cantidad de grandes hombres que tenemos en la música en Aragón, es tremenda.

--¿Cree que en ese siglo tenían más sensibilidad con la música que la que hay ahora?

--No creo, porque una cosa es tener una capilla bien dotada con cantores e instrumentos y otra cosa es el pueblo, que siempre va a la zaga. Es que la educación no se puede obligar a tenerla a nadie, pero fíjate cómo está España en la música en este momento... Y eso es porque se ha impuesto una música que gusta mucho a la juventud pero no es la música que forma, que te eleva, la música que, diría Beethoven, te ennoblece. Ahora es entretener. Igual se hace más música ahora pero presta peor servicio a la sociedad.

--¿Cómo se puede solucionar?

--Eso solo tiene un arreglo que España no ha conseguido porque hay que aplicarlo desde el jardín de infancia. En mi pueblo, en Maella, durante mi niñez, la última pieza de las fiestas del pueblo siempre era la jota y la bailaba todo el pueblo y los niños seguían a los abuelos. No creo que esto pase ahora. Los alemanes en los últimos congresos no hablan de mala educación musical o buena sino de mala cuna o buena cuna.

--Parece que habla también en términos morales...

--Ya lo dijo Confucio cuatro mil años antes de Cristo, si quieres saber cómo es la gobernabilidad de un pueblo, escucha su música... La música te eleva, te pone en una situación más sensible, más delicada. Sin la música, el individuo es mucho más basto aún con las mismas condiciones.

--Usted triunfó en Alemania y, sin embargo, decidió volver a España, ¿por qué?

--Estuve diez años allí en Alemania con los mejores maestros, pero tienes ganas de volver, estás cansado de mantequillas, de botillo todas las noches... (risas) Te acuerdas de la borraja y de las alcachofas de Maella. Y, además, uno también piensa que hay que volver a tu pueblo y ayudar si puedes.

--¿Se siente reconocido?

--Es que eso no me ha importado mucho porque ¿y quién me reconoce? Después de diez años con los grandes maestros, ¿quién? Si los ministerios y las televisiones están muy flojitos. Aquí el reconocimiento no vale la pena tenerlo.

--¿No?

--No, hay que trabajar, darse al pueblo. Tienes que devolver lo que Dios te ha dado, un don gracias al que has trabajado y has tenido buenos maestros. ¿Qué más quieres? Tienes que rendir y dar a la pobre gente lo que no puede alcanzar. ¿De dónde van a llegar a Maella si no tres sinfónicas? Yo las he llevado a mi pueblo y yo feliz de ver llorar a la gente y que haya pueblos como el mío que cuando acaba una sinfonía de Tchaikovsky en vez de aplaudir, primero se quedan quietos, luego se levantan y entonces empiezan a aplaudir. Y ver gente que acaba el concierto y me da besos. Eso ya no se hace en las grandes ciudades.

--A sus 90 años sigue trabajando...

--Claro. Llevo cuatro o cinco años con un concierto para guitarra y orquesta para el guitarrista Pepe Romero.

--¿En qué punto está?

--Va lento. Ahora reflexiono más, pulo más las cosas. Antiguamente componía sobre la marcha. Ahora me cuesta más.