Juan Goytisolo, el escritor barcelonés de «nacionalidad cervantina» que se jactaba de ser «un moro en todas partes» y que abrazó el destierro para conquistar la libertad, falleció ayer a los 86 años en Marraquech (Marruecos), ciudad en la que residía y desde la que ejercía de conciencia crítica de un mundo respecto al que siempre sintió el extrañamiento del disidente. Autor de una obra mutante que abarca diversos géneros (novela, cuento, ensayo, poesía, reportaje, libro de viajes, memorias) y que pasó del realismo social de posguerra a la experimentación y la búsqueda de nuevos caminos, el mayor de los hermanos Goytisolo fue distinguido con el Premio Nacional de las Letras en el 2008 y con el Cervantes en el 2014, un reconocimiento que le llegó cuando ya no lo ansiaba y que el escritor encajó con su habitual actitud desconfiada.

ABIERTAMENTE CRÍTICO / De hecho, su discurso de aceptación, pronunciado el 23 de abril del 2015 ante el rey Felipe y el entonces ministro José Ignacio Wert, ha quedado como el más abiertamente crítico con la situación política española de toda la historia del galardón. «Imagino al hidalgo manchego montado a lomos de Rocinante acometiendo lanza en ristre contra los esbirros de la moderna Santa Hermandad que proceden al desalojo de los desahuciados, contra los corruptos de la ingeniería financiera o, a Estrecho traviesa, al pie de las verjas de Ceuta y Melilla, que él toma por encantados castillos con puentes levadizos y torres almenadas, socorriendo a unos inmigrantes cuyo único crimen es su instinto de vida y el ansia de libertad -proclamó-. Sí, al héroe de Cervantes y a los lectores tocados por la gracia de su novela nos resulta difícil resignarnos a la existencia de un mundo aquejado de paro, corrupción, precariedad, crecientes desigualdades sociales y exilio profesional de los jóvenes como en el que actualmente vivimos».

Nacido el 6 de enero de 1931 en Barcelona, en el seno de una familia «burguesa y explotadora», Juan Goytisolo quedó marcado, como toda su familia, por la desaparición de su madre, Julia, que falleció el 17 de marzo de 1938 víctima de un bombardeo de la aviación franquista. Juan se refugió en la lectura y poco a poco incubó una vocación literaria que dio sus primeros frutos en forma de una novela premiada y sin embargo nunca publicada (El mundo de los espejos) y de otra que aspiró sin éxito a la gloria del Nadal, vio la luz en 1955 de la mano de Planeta (Juego de manos).

La publicación de Juego de manos coincidió con su primer viaje a París, ciudad en la que decidió instalarse un año después para escapar de la «asfixiante» atmósfera del franquismo. En la capital francesa trabajó como asesor literario en la editorial Gallimard y entabló una relación con Monique Lange, secretaria del servicio de traducción, que lo introdujo en los círculos literarios parisinos. Allí Goytisolo empezó a distanciarse de la vía del realismo social que había transitado hasta entonces e inició un camino de heterodoxia en paralelo a la aceptación de su homosexualidad.

En París, y siempre con la guía de Monique, alternó con Marguerite Duras, con Ernest Hemingway, con Jean Genet... Especialmente perturbador fue su primer encuentro con el autor de Diario del ladrón, a quien Goytisolo consideraba su «única influencia adulta en el plano moral» y a quien años después dedicó el volumen Genet en el Raval. Según relata en sus memorias, se conocieron en el curso de una cena y Genet rompió el hielo preguntándole a bocajarro si era «maricón». «Bueno, he tenido mis experiencias», balbuceó el español. «¡Experiencias! -vociferó Genet- ¡Todo el mundo ha tenido experiencias! ¡Habla usted como los pederastas anglosajones! Me refería a sueños, deseos, fantasmas».

Persiguiendo esos «sueños, deseos y fantasmas», trasladó su residencia a Marraquech en 1981, donde, además de rodearse de una nueva familia compuesta por amantes, empleados, cuñados y sobrinos, cultivó su personaje de intelectual en la periferia, tendió un puente cultural entre la tradición árabe y la literatura medieval española y ejerció un inesperado magisterio sobre una nueva generación de autores que vieron en él un modelo para su autoficción y ruptura.

Allí, en Marraquech, muy cerca de su querida plaza de Yamaa el-Fna, le ha llegado la muerte «por causas naturales» tras una larga temporada de achaques que lo han mantenido prácticamente recluido. Y allí en Marruecos, en el cementerio marino de Larache, será enterrado en los próximos días, tal como él mismo ya dispuso. Exiliado ya para siempre.