Joaquim Jordá utiliza la desarticulación de una red de pederastas en el barrio barcelonés del Raval como excusa argumental para analizar en una película el funcionamiento interno de la Policía, los medios de comunicación, el sistema judicial y las administraciones públicas.

En el filme, la historia del Barrio Chino y su resistencia a ser borrado y convertirse en el Raval, se mezcla con el caso de pedofilia que sacudió Barcelona hace unos años. En el verano de 1997, la Policía informó de que había desarticulado una red de pederastas que operaba en la zona más depauperada del Raval y los medios de comunicación destacaron el tema en portada durante varias semanas.

La Policía detuvo a doce personas, aunque finalmente sólo fueron condenados dos pederastas, "pero muchos inocentes quedaron marcados de por vida", subraya el director. Jordá colocó su cámara en el juicio y llegó a la conclusión de que doce personas habían sido víctimas de un juicio paralelo orquestado por los medios de comunicación gracias a "las malas artes" de la Policía, que según él manipuló las declaraciones y las pruebas para construir su verdad y colgarse una medalla, "lo que creó unas condiciones en las que era imposible hacer justicia", dice el director.