Que el concierto de un rapero agote las localidades en un recinto como el pabellón Príncipe Felipe, capaz de albergar a varios miles de espectadores, es síntoma de que el universo de la rima está traspasando su fronteras digamos naturales y abriéndose a públicos que no ponen etiquetas a lo que escuchan. Que ese rapero sea el zaragozano Kase O. significa que estamos ante el artista más sobresaliente del rap en español. Puede que Kase O., asumiendo su notable capacidad para contar historias, no escriba las letras más sobresalientes del rap armado en la lengua de Cervantes, pero de lo que no hay duda es de que es el rey del escenario; el puto amo, asumiendo una expresión propia del estilo; el ruido y la furia. Con la palabra ruido demandan al público los raperos desde el escenario que manifieste su apoyo al artista; Kase O. tuvo el sábado todo el que con entusiasmo puede hacer un pabellón lleno; y furia (entendiendo el término en el sentido de capacidad para atraer al público como un imán, tanto en las composiciones más cañeras como en las más sosegadas, no le falta a este artista procedente en el barrio de La Jota (¿una premonición?).

Con ese mago de los platos, imaginativo, preciso y contundente llamado R de Rumba en las bases musicales, y el buen hacer de El Momo (que abrió con rasmia en solitario la velada), rapero de las nuevas generaciones locales, apoyándole en la voz, Kase O. dio el sábado toda una lección de cómo articular un directo con los elementos mínimos, dominando gestualmente la escena más allá de la codificación típica de estos eventos, y lanzando las rimas con una seguridad, estilo y convicción apabullantes. Kase O. rapea (nuevos y viejos temas), baila, anima al público con sentido y además le transmite, fuera de las canciones, sencillos pero sentidos y mensajes de autoayuda que eclipsan, por su sencillez y naturalidad cualquier manual de esos con los que se forran los Paulo Coelho y compañía.

Tras el Intro que abre el disco (al escucharse sus primeras notas miles de teléfonos móviles se lanzaron a la captura del momento) Kase O. se marcó de un tirón cuatro de las canciones mejor construidas del disco (Esto no para, Yemen, Triste y Guapo Tarde), antes de hacer la primera incursión en el repertorio de Violadores del Verso con Pura droga sin cortar. Comenzar arrasando se llama eso. Con Ninguna chavala tiene dueño, Amor sin cláusulas y Billete de ida y vuelta (con Xellazz) siguió el programa. La muy coreada Chúpala, la vacilona Boogaloo, rescatada del Jazz Magnetism, el primer disco en solitario de Kase, un interludio de El Momo a capella, No sé que voy a hacer, la confesional Mazas y catapultas, la sensual Mitad y mitad, Javat y Kamel y Como el sol marcaron el siguiente tramo del concierto. Llegó entonces el momento de Viejos ciegos, al alimón con Sho-Hai, su colega en Violadores del Verso, y la muy esperada Vivir para contarlo, a la que se sumó Lírico, reuniéndose así todo el grupo en el escenario.

Con la estupenda Repartiendo arte parece que llegaba el final, pero... Basureta, pieza catártica donde las haya («Son tiempos raros allí donde fuimos o éramos felices»), interpretada muy teatralmente, con Kase sentado de escorzo en una silla, continuó el espectáculo, pues, como avisó el artista, no podía concluir de manera tan atribulada. Así que echó mano de Cantando, Soy de Aragón (que dedicó a Labordeta) y un cierre de agradecimientos y despedidas. Antes de marcharse, Kase O. dijo a los espectadores algo así como «el universo conspira para ti». Fue una forma elegante de asumir que los planetas están se su parte, y de cerrar el círculo abierto en los saludos del comienzo de la noche: «Voy a dar lo mejor de mí para sacar lo mejor de nosotros». ¡Y vaya si lo dio!