Una noticia sacudió Europa el 30 de mayo de 1640: Pedro Pablo Rubens, acaso el pintor más famoso de su tiempo, había muerto. Pero el duelo se convirtió pronto en deseo: el de toda la nobleza europea, ansiosa por adquirir algunas de las obras que los herederos del artista se disponían a sacar a la venta. Entre todos ellos, el más hábil fue un español: don Fernando de Austria, el cardenal-infante, que adquirió en nombre de su hermano, Felipe IV, las mejores obras de la colección Rubens.

La adquisición de estas pinturas centró la conferencia de Matías Díaz Padrón que ayer clausuró el congreso internacional Los artistas como coleccionistas: modelos y variantes. Desde la Edad Moderna al siglo XIX, organizada por el Instituto Moll-Centro de Investigación de Pintura Flamenca y la Fundación Universitaria Española, y que se celebró estos últimos días en la sede de esta última institución en Madrid, bajo la dirección de Ana Diéguez-Rodríguez (directora del Instituto Moll) y Ángel Rodríguez Rebollo.

«La importancia del cardenal-infante en la adquisición de estas obras por parte de la Corona española nunca ha sido lo suficientemente valorada. Es él quien avisa a su hermano, el rey Felipe IV, al saber que la colección de Rubens se ponía a la venta con el interés de todos los poderosos de Europa, y también quien hace una selección de lo mejor que encontró en la colección, tanto de Rubens como de otros maestros que el pintor reunió en vida, aquellas de las que nunca quiso desprenderse», precisó Díaz Padrón, Conservador Senior del Museo del Prado y Presidente de Honor del Instituto Moll.

En cifras, la colección personal de Rubens superaba las 300 obras, que incluyen piezas de una calidad extraordinaria de artistas como Tiziano, Veronés o Van Dyck, además de algunas del propio Rubens. «Ya quisieran tantos coleccionistas de nuestro tiempo alcanzar el nivel de la colección de Rubens», señaló Díaz Padrón, que desgranó las obras más importantes de las 32 que acabó adquiriendo Felipe IV, muchas de las cuales se pueden contemplar hoy en el Museo del Prado.

Este es el caso de El cardenal-infante Fernando de Austria, en la batalla de Nördlingen, fechado hacia 1635 y de una fuerza excepcional, lo que acaso explique que Rubens se lo quedase para su colección personal. «Es un alarde de vitalidad y fuerza del cardenal-infante en el campo de batalla. Es fácil comprender su interés por aprovechar la ocasión de adquirir aquella obra que Rubens había guardado para sí».

La jornada que clausuró el congreso sacó a la luz la vocación coleccionista de artistas como Joaquín Sorolla, John Singer Sargent o el cantante Farinelli, y la labor como conservadores de colecciones de otros creadores como Diego Velázquez, que se encargó de la colección real durante el reinado de Felipe IV.

Una de las conferencias más celebradas fue la que abrió la jornada: Impresionistas coleccionando Impresionismo: Una aproximación comparativa, impartida por Anne Robbins, conservadora de la National Gallery de Londres. «Las colecciones de artistas como Degas, Caillebotte y Monet han sido muy bien investigadas, pero individualmente, nunca como un conjunto», explicó Robbins, que ofreció una visión general de cómo y por qué los impresionistas coleccionaban las obras de sus compañeros. Así, Robbins desgranó los regalos e intercambios entre artistas, especificando además de qué manera ese movimiento de obras despertaba una sana competitividad entre ellos, y cómo el contacto directo con las composiciones de sus compañeros influía en determinados artistas.