Años 60. Bajo el paisaje de esplendor capitalista laten las revueltas estudiantiles, la oposición a la intervención en Vietnam, el movimiento hippy y sus happy flowers, la cultura psicodélica y la irrupción del interés por las culturas orientales. A este caldo, el académico norteamericano Theodore Roszak lo bautizó a pie de obra como contracultura y con ese espíritu utópico se irradió a todo el mundo, incluido un país muy muy lejano y muy muy cerrado como la España franquista.

Del ascenso y caída de ese movimiento iconoclasta, plural y subterráneo trata Cómo acabar con la contracultura (editado porTaurus), un libro que es la confluencia de muchas cuestiones que han preocupado al crítico Jordi Costa (Barcelona, 1966). El pasado sábado, el autor visitó la capital aragonesa para presentar su ensayo en la librería La Ventana Indiscreta.

-¿De qué hablamos cuando hablamos de contracultura?

-Contracultura es lanzar un gran no a la cultura de los padres y a los discursos del poder. Más que una visión política ortodoxa pretende convertir la vida en una forma de resistencia y también una forma de arte. En Estados Unidos estaba muy claro contra qué se rebelaba. Uno de sus campos de batalla fue el de los límites de la libertad de expresión. Una libertad que aunque sobre el papel fuera un pilar fundamental de su democracia, en realidad los cómics underground y la prensa alternativa demostraron lo relativa que era.

-La contracultura en Estados Unidos fue percibida como un valor, pero aquí faltó esa conciencia.

-Aquí teníamos un dictador y un proceso de camino a la democracia que, por un lado, propició que la contracultura creyera que esas esperanzas utópicas podían cumplirse. Pero cuando llega la Transición y con ello el gusto socialdemócrata propiciado por una cultura de consenso, eso impide a la contracultura cumplir sus objetivos. Aquí se instaura una especie de sentido común que hace que les parezca algo caótico y desordenado que conviene esconder bajo la alfombra.

-Su libro está planteado como si fuese una novela policiaca de enigma. ¿Quién mató a la contracultura?

-Mientras escribía pensaba que si esto fuera una novela de Agatha Christie, a lo que más se parecería es a Asesinato en el Orient Express, es decir, fue un crimen colectivo. A saber: las pervivencias del viejo orden franquista, la manera en que la sociedad democrática corta las alas a la contracultura y luego el propio cansancio o la tendencia al pacto de algunos de sus protagonistas.

-Hay evoluciones personales bastante curiosas.

-Sí, ahí está Boadella, que motiva el movimiento por la libertad de expresión, protagoniza La portentosa vida del padre Vicente, de Carles Mira, es un fugitivo de la justicia, y ahora hay que ver su modelo de discurso afín al PP. Que Antonio Escohotado, el adalid de las drogas, sea hoy un defensor del neoliberalismo también resulta bastante revelador. En realidad, la contracultura tiene muchos cuchillos clavados y a veces también desde dentro.

-Es curiosa su interpretación de que en la seminal Pepi Luci Boom..., de Almodóvar, late ya una especie de réquiem por el movimiento.

-Sí, la idea de que una mujer que es el ama de casa reprimida de repente sea liberada por dos agentes contraculturales pero que se acabe reincorporando a una imagen que es pura España negra con el marido maltratador, el crucifijo y la sumisión aceptada parece que nos está diciendo que la contracultura ha servido para liberar una energía y que esa energía va a ser explotada por las viejas instancias del poder.

-Y convertida también en mercancía durante la movida.

-Hay algo de eso, una cierta neutralización, porque allí el impulso llega un tanto desgastado después de pasar por Sevilla, Ibiza, Formentera y Barcelona. Pero yo me resisto a condenar la movida por entero, porque tiene cosas muy interesantes.

-Jamás se me ocurriría pensar que en un libro sobre la contracultura pudiera dar cabida a la Familia Ulises, Mariano Ozores o la iglesia del Palmar de Troya.

-Es lo que yo llamo factor James Bond, saltar de un tema a otro con constantes cambios de escenario. El Palmar es una herejía de la misma forma que lo es la contracultura, me permitía desarrollar la idea de si no existía una contracultura del lado oscuro que se desarrolla en paralelo. Una de las características de la contracultura española es que hay muy poca distancia entre los agentes contraculturales y el viejo orden franquista. El primer hippy español es un Vallejo Nájera y se sigue considerando legionario y franquista siendo hippy en Goa. Hay familias que parece que tienen toda la historia de España condensada, como es el caso de Paul Malvido.

-Hermano de Pasqual Maragall.

-Sí, fue el gran cronista de la contracultura barcelonesa y su hermano construyó la Barcelona del 92, que junto a la movida o la Expo de Sevilla podría ser uno de los puntos donde empezó a morir el movimiento.

-Queda Nazario y poco más...

-Es un ejemplo de cómo uno puede crecer y seguir manteniendo un puro espíritu contracultural. Hay figuras relevantes que cayeron por el camino o se hicieron marginales como Leopoldo María Panero o Eduardo Haro Ivars, pero creo que no está bien asociar el éxito o la supervivencia con la traición absoluta a los ideales. En Pedro Almodóvar o en el regreso al cómic de Mariscal sigue perviviendo parte del antiguo discurso.

-No constata la muerte absoluta de la contracultura. Detecta brotes verdes en el mundo youtuber.

-Los de nuestra generación tendemos a mirar con suspicacia al mundo de los millenials y los youtubers. Es muy difícil no mirar con perplejidad ese narcisismo digital y su discurso que muchas veces es un discurso de consumo. Pero de repente ves un youtuber que no quiere pactar con la industria cultural y esa es Esty Quesada, Soy Una Pringada, una chica muy joven plenamente consciente de la influencia de John Waters, del cine de Todd Solondz y de cómo un discurso sobre lo monstruoso se puede convertir en un elemento desestabilizador. Hay que ser razonablemente optimista.