Unos tipos con gorras de beisbol abordaban en el vestíbulo a los que llegaban y les plantaban un número en el esternón. "¡Hola, buenas noches, aquí tiene su contrato!". Focos de plató en el patio de butacas. Por la escena faenaban limpiadoras y tramoyistas mientras tres pantallas gigantes emitían spots sin cesar.

Un bigotudo con acento americano cogió el micro: "Soy el regidor, vayan entregando sus contratos. Es importante mantener visible el número en solapo. Estar todos muy simpáticos y alegres, ¿okey? Cuando yo levante manos arriba, ustedes aplaudir".

En las pantallas, Mc Donald´s mezclados con restaurantes caros, mientras el regidor se devanaba en la faena de domesticar a los espectadores para que hicieran de público. La gente iba llenando el teatro en medio de aquel show.

El hombre del bigote esgrimió un cartel con un OOOOH (decepción) que coreó la gente, y después otro con La Virgen del Pilar dice... ("¿qué pasa, no conocen?" ironizaba ante la timidez entonadora del público) y un tercero con el Habrá un día en que todos... , mucho más animado ("eso conocen más", masculló). Las carcajadas eran ya generales y firmes.

Comenzaron a filmar en vivo a los propios espectadores: "Ese de la camisa a rayas queda muy pálido, cámbialo de sitio y escóndelo". Y allí estaba la gente en las pantallas: "Esa señora queda confundida con butaca" (carcajadas). Sonaban palatales las palabras en spanglish: "Hay mucho brillo con los calvos. ¿Por qué hay tantos calvos en Zaragoza? ¿Llueve mucho? Hay dos por fila". Y les aplicaban unos polvos en la crisma entre el jolgorio general.

Al dar las diez en punto la gente estaba ya metida en la función, con el oleaje de brazos coreando los Pajaritos a bailar que tocaba una acordeonista patética. Cuando las luces se apagaron nadie notó la traslación del espectáculo desde las butacas al escenario. A lo largo de la velada volverían los espectadores a ser protagonistas en un juego interactivo con la televisión y el famoseo como hilo conductor de los sketchs.

Porque Mummy, i wanna be famous (Mamá, quiero ser famoso) cuenta cómo a la televisión le hemos perdido el miedo. Primero luchamos por tenerla, después nos secuestró el salón, más tarde soñamos con salir en ella, para terminar queriendo ser los protagonistas. Hay personas que necesitan la fama para vivir.

Desfilaron pilaricas y adoquines y frutas de Aragón, entre carcajadas: "Si a usted no le gustan los cabezudos ni los caracoles, no venga a Zaragoza". Gran musical. La señora de Ejea de los Caballeros que quiere una entrevista en la tele: "Yo quiero ser famosa, y una vez que sea famosa, ya veré en qué especialidad". Se pasaron encuestas hilarantes, salieron a escena tres monjas rockeras, rebecas grises sobre los cuellos cisne en algodón, dispuestas a dar la vida por la fama. Nadie quedó libre de sátira: ni los periodistas, ni los familiares de niños prodigio, ni los contertulios, ni las mamachichos, ni los cuentavidas... Fue el delirio.