No estaba destinado a ello porque estudió Ingeniería Industrial, pero acabó fundando una editorial, Anagrama, que ahora cumple 50 años. He tenido la «Inmensa suerte de trabajar en lo que más me gustaba», asegura Jorge Herralde, que ayer presentó en Cálamo su libro Un día en la vida de un editor.

-La primera pregunta es obligada. ¿Cómo es un día en la vida de un editor?

-Esto es de un texto que escribí como hace unos 20 años, que salió publicado en América Latina, y describe un día de la vida de un editor, que soy yo, un tipo de editor que se ocupa un poco de todo. Me interesaba ponerlo al principio porque un editor es una figura bastante opaca para casi toda la gente y así para que sepan las miles de cosas que hacen. La principal es la lectura, pero también la promoción, la producción... me parecía una forma de empezar el libro, que en realidad es sobre la historia de Anagrama, sobre la historia de la edición en España y en América Latina.

-¿Cómo ha sido la selección de textos incluidas en el libro?

-Hay cinco o seis textos publicados en América Latina de difícil lectura en España y un par en revistas de poca difusión y luego hay entrevistas, pero hay también muchos inéditos. El primer capítulo, por ejemplo, es sobre la Barcelona de los años 60, una ciudad bulliciosa, donde había muchos escritores, editores, arquitectos… y todos ellos antifranquistas. Y uno dedicado a Luis Goytisolo, que es un grandísimo escritor, uno de los mayores del siglo XX

-Este libro son sus memorias, las de la editorial...

-Me aburre un poco escribir mis memorias, pero son las mías, las de la editorial, mis conflictos con la censura, que fueron muy duros porque Anagrama fue quizá la editorial más represaliada, y con razón, diría yo. Fue una primera década muy estimulante pero catastrófica financieramente; y en la segunda empezamos con la colección Panorama de Narrativa con títulos de autores muy buenos pero desconocidos pero tuvimos la suerte de que en unos meses publicamos a Patricia Highsmith con los tres Ripley, La conjura de los necios y encadenando tantísimos otros, en lo que yo bauticé como el british dream team. Y luego me animé a hacer un premio de novela porque otros habían desaparecido y es que la década de los 70 era la época de la novela experimental, hecha por gente muy inteligente pero que ahuyentaban al lector y muchos de ellos luego se reciclaron como grandes novelistas. El premio funcionó muy bien porque había un fenómeno muy curioso. Anagrama que había sido muy política durante los primeros años, luego con el desencanto, con la democracia de Suárez y tal...

-¿Fue necesario ese desencanto para abandonar la política y lograr el éxito?

-De un día para otro, la mitad del catálogo quedó obsoleto. Pero los lectores, como yo, de libros políticos, fueron casi los mismos lectores que se entusiasmaron con Panorama de narrativas y Narrativas hispánicas.

-Ensayo, colecciones, autores británicos. Esas han sido las señas de Anagrama.

-Autores variopintos. Los ingleses tardaron varios años en ser autores que se vendieran no muy bien, pero bien. Una de las características de la editorial es la política de autor, que es que en los autores que confío, que confiamos, seguimos con su obra aunque tenga altibajos. Uno de los casos fue el de Kapuscinski, que hasta su quinto libro tenía ventas de 2.000 ejemplares, y luego con Ébano tocó una tecla inesperada y de 2.000 pasó a 60.000.

-Y Rafael Chirbes.

-Es otro de los ejemplos de grandes autores que tardaron en triunfar. Con Crematorio y En la orilla no solamente conquistó a la crítica y algún premio sino que se le consideró el mejor escritor español y no solo eso sino que tiene unas ventas muy considerables.

-¿Qué tiene que tener un buen editor?

-Que le guste mucho la literatura, que lea mucho, en mi caso viajando mucho, estando muy atento y ocuparse de la promoción de sus libros, que es una especie de pecado capital, tener una buena relación con los críticos...

-Y un buen olfato. Haláguese.

-Tal y como yo concibo la edición, tener mis propios criterios, ir buscando aquel tipo de libro que encaje en el catálogo de Anagrama, y eso parece que se ha conseguido porque es un catálogo muy largo y diverso pero hay una unidad interna, diría, bajo el signo de la calidad, rehuir lo obvio y hacer política de autor...

-¿De quién está más orgulloso de haber editado?

-Un editor no lo puede decir por razones de autodefensa, pero podemos hacer una excepción con autores fallecidos, como los que aparecen en el libro, Carmen Martín Gaite, Rafael Chirbes, Ricardo Piglia, Sergio Pitol y el gran Bolaños. Estos no solo han sido grandísimos escritores si no también grandes amigos.

-¿Y alguno al que se haya arrepentido editar?

-Hay algún escritor que ha producido más insatisfacciones (risas).

-¿Cómo ve el panorama actual?. Hay nuevos nombres como Sara Mesa, Marta Sanz...

-Anagrama tiene presente y futuro. En esta década hemos estado publicando una serie de autores que destacan, como ellas, Luisge Martin, Kiko Amat, Miguel Ángel Hernández; también un aragonés, Ordovás.

-¿Como ha cambiado el panorama literario en estos años?.

-Es obvio lo que voy a decir, pero ha habido un proceso de concentración brutal, donde hay duopolio, un retroceso de la lectura, y sobre todo de la buena lectura y esto es global porque si ves la lista de vendidos internacionales raramente verás novelas literarias si no bestseller, sobre todo.

-En campaña se ha hablado poco de cultura.

-Poquísimo y los presupuestos son más que ridículos, grotescos.

-¿Qué les pediría a los políticos?

-Que de una puta vez se tomen a la cultura en serio que es fundamental en un país, y que le dediquen recursos de forma continuada.