La nueva película de François Ozon, Gracias a Dios, se basa en los casos de abusos sexuales protagonizados por el padre Bernard Preynat, un cura de Lyon que en marzo del 2016 fue acusado de agredir sexualmente a casi un centenar de niños entre 1986 y 1991 y que permanece a la espera de juicio. La película obtuvo en Gran Premio del Jurado en la pasada Berlinale.

-Usted nunca se había inspirado en hechos reales extraídos de la prensa. ¿Por qué le interesó hacerlo ahora?

-Lo cierto es que esa no fue la intención que me movió, no he pretendido hacer una película que se colara en la agenda política. Eso no es lo mío. Quise contar una historia sobre la masculinidad, y sobre la fragilidad masculina, después de pasar años dirigiendo películas sobre personajes femeninos. Un día entré accidentalmente en la web de La Palabra Liberada, la asociación de víctimas de los abusos del padre Preynat. A partir de ahí hice una pequeña investigación que me conmovió muchísimo.

-Dice que la actualidad no era su prioridad. ¿Es casual, entonces, que la película haya visto la luz mientras tenía lugar el juicio contra el cardenal Barbarin?

-En realidad se suponía que el juicio se celebraría meses antes, durante el 2018, y estaba previsto que la película se estrenara después de que el veredicto se hubiera emitido. Quizá debería haber sido más realista, y más consciente del retraso que suele acumular la justicia francesa. Por un lado estoy contento de que eso le dé una publicidad adicional, pero también genera presión y estrés adicionales.

-Gracias a Dios contempla los abusos de Preynat desde la perspectiva actual. ¿Siente que durante los años 80 y principios de los 90, cuando tuvieron lugar, la sociedad era más permisiva frente a la pederastia?

-Sin duda. La gente no entendía que fuera un crimen, ni pensaban en los efectos del abuso sobre los niños. En las familias se decía, «no es tan grave, olvídalo, pasa página». Y conviene no olvidar que, hasta hace no mucho, la Iglesia católica metía en el mismo saco la pederastia y la homosexualidad. Es solo ahora cuando empiezan a comprender que no se puede equiparar una orientación sexual con una perversión criminal que debe ser perseguida. Pero siguen en un estado de bancarrota moral.

-¿Temió reacciones de la Iglesia o de los creyentes contra la película?

-No es una película anticlerical, al contrario. Gracias a Dios defiende a la Iglesia, pero a otra Iglesia, una que regule esa lacra con firmeza. Mientras en su seno no se muestre tolerancia cero contra la pederastia, las víctimas no podrán curarse. Por supuesto enseñé el guion a unos abogados, y ellos me aseguraron que no había ningún problema porque todo cuanto se decía en él ya ha aparecido en la prensa.Solo me interesaban las víctimas,las consecuencias que los abusos tienen en sus vidas y el coraje que encuentran para hablar de ellos pese a la vergüenza, e incluso la condena pública, que eso puede conllevarles.

-La idea del perdón es central en la película.

-Porque la religión católica se basa en ella. Uno de los miembros de La Palabra Liberada fue invitado a reunirse con Preynat para que este pudiera pedirle perdón. Y los psicólogos aseguran que eso no solo no resuelve nada, sino que suele ser catastrófico para las víctimas, porque les obliga a permanecer en su posición de víctima, les hace prisioneros del silencio. Se supone que deben aceptar el perdón, pasar página y pretender que no pasó nada.

-La película no ahonda en los motivos por los que hay tanto pederasta en el seno del sacerdocio. ¿Por qué?

-No es el tema de la película. Los casos de pederastia también son frecuentes en otras instituciones, como la escuela o los clubs deportivos e incluso la familia. Para un niño, la autoridad de un sacerdote o la de un entrenador de fútbol o una estrella de la música o de su propio padre es como la autoridad de Dios. Y hay adultos que nunca deberían disponer de tanto poder.

-Desde un punto de vista religioso, ¿dónde se sitúa usted?

-Tuve una educación católica. Me bautizaron, hice la primera comunión. Y en la adolescencia perdí la fe al descubrir mi sexualidad y comprender la hipocresía de ciertos discursos de la Iglesia. Solo tiendo a creer en Dios cuando estoy en un avión, por el miedo a volar. O, quizá, por la proximidad al cielo. Cuando era niño había un sacerdote que siempre jugaba al escondite con nosotros. Nunca me hizo nada, pero habría podido si hubiera querido. Tiemblo al pensar en lo fácil que le habría resultado.