De repente, nada más comenzar de la entrevista, saca de su bolsa de viaje un estudio de Peter Berger. «Ahora me has pillado leyendo esto», dice mientras lo señala y abre su libreta y muestra cómo va tomando notas. «¿Ves? El chiste como acto deliberado…». El cofundador de la revista Mongolia Darío Adanti acaba de publicar Disparen al humorista (Astiberri), un ensayo-cómic en el que reflexiona sobre los límites del humor y que esta semana presentó en la librería zaragozana Milcomics.com. Una obra que no es sino un paso más de todos los años que lleva estudiando sobre el tema. «Todo empezó cuando yo empecé como humorista gráfico en el 90 con 19 años. Yo llevaba mi trabajo bajo el brazo y los dibujantes de la época se reunían en el bar de enfrente de donde se hacía la tira y debatían sobre las definiciones del humor y me empecé a obsesionar del tema de qué era el humor a nivel filosófico, sociológico, biológico…»

Adanti no tarda en entrar en materia y tiene claro que el humor «es una comunicación social y a la vez un género». Y es ahí donde empieza el debate de los límites del humor: «En cuanto a comunicación social tiene límite pero no el humor sino la comunicación social. Porque tenemos que sobrevivir en manada y no podemos agredirnos pero propongo que el humor sea el lugar ritualístico donde podemos sacar la maldad controlada en la ficción. Voy a exagerar un poco pero si no tenemos un lugar para descargar toda esa maldad de los seres humanos, la gente va a subirse a las azoteas a disparar a los transeúntes. Es mejor que se desahogue en un lugar controlado», señala.

EL ESLABÓN MÁS DÉBIL

En Disparen al humorista, Darío Adanti señala que el cómico es el eslabón más débil de la cadena: «Es que no tiene cómo defenderse», incide y pone un ejemplo: «El periodismo tiene muchas demandas pero el periodista dice tal cosa y en el juicio muestra las pruebas y ya pero en la ficción no hay pruebas porque es ficción», asegura para hablar a continuación de la frivolidad: «Tenemos una concepción muy rara del concepto. Creemos que hacer un telefilme del atentado de Atocha en el que todo el mundo va a llorar no es frívolo, que es serio pero si lo hacemos desde el humor y la parodia nos parece que es una falta de respeto y es eso lo que hace que el humor sea un enemigo muy fácil». Por eso, señala Darío Adanti, cuando se empieza atacando a los humoristas, es un aviso de que las cosas se «ponen feas» para la sociedad: «Yo soy muy apocalíptico, y no creo que esto sea un fascismo, que yo lo viví en Argentina, pero sí que hay una tendencia totalitaria importante y no solo en la derecha, en la izquierda también la está habiendo. Está creciendo un pensamiento místico en la izquierda con respecto a la propia izquierda, es incapaz de tener un pensamiento crítico y tiene una visión casi mágica de la izquierda. Después de la caída del Muro de Berlín no tiene proyecto. Como planteó Zizek, el gran debate que debe haber es cómo hacemos proponer un proyecto diferente al de la nueva mutación del capital que no sea un recorte de las libertades individuales como pasó en la URSS».

Entonces, ¿dónde están los límites del humor? «La libertad no pasa por no ofenderte, pasa porque no me sigas, no me compres, no me leas… El mundo es muy grande y yo no conozco todas las realidades que hay a mi alrededor, me volvería loco y me horrorizaría, pero no quiero que se acaben, me basta con no verlas. ¿Por qué tenemos ese pensamiento totalitario de que cuando algo no nos gusta queremos que desaparezca? Cuando es muy fácil que desaparezca, no lo veas», concluye el humorista argentino.