Después de haber triunfado en la última edición de los Oscar con La forma del agua, lo que más enorgullece al cineasta mexicano Guillermo del Toro es observar que en su carrera hay «coherencia», y asegura que «la terquedad sostenida se convierte en estilo». Del momento de recoger la estatuilla recuerda la sensación al subir al escenario, darse la vuelta y ver «un mar de caras que era como un catálogo de cine», afirmó el director, que ayer recibió el Premio Málaga en el Festival de Cine en Español de esta ciudad.

«A nivel personal, fue la primera vez que mi padre entendió mi oficio. El Óscar es muy bello, pero físicamente tiene un peso fuerte. Mi padre lo cogió y sonrió de una manera muy bella. Los hombres mexicanos somos de pocas palabras en familia...». No cree que este éxito cambie su forma de trabajar, porque «lo heterodoxo no se quita con nada, y la manera en que te relacionas con tu quehacer es la que dicta eso».

Para Del Toro, «no hay un mundo de la industria del cine, hay mundos. Si eliges una carretera para llegar a un lugar y te quedas en una sola industria es tu opción, pero puedes escoger filmar en Europa, en América o de forma independiente, hay muchas opciones». «No te cases con una sola forma de hacer cine, porque hay mil maneras de hacerse y de verse», aconseja el cineasta, que añade que «si hay alguien que ya está haciendo las películas que tú quieres hacer, quizás no sea urgente que las hagas, porque hay que hacer las que te urge ver».

Al preguntarle por la presencia de los monstruos en su filmografía, apunta que «la concepción de lo monstruoso o lo diferente es la búsqueda de la comunalidad. Para mí, lo trágico es la ilusión de la diferencia, que viene armada por una estructura social, religiosa y política que nos impide vernos los unos a los otros”.

Y añade que, para él, el monstruo «es el héroe», una figura a la que quiere «ver con admiración, desde una visión esperanzada», y el más hermoso que ha filmado es el de La forma del agua, que tardó tres años en crear.

En su faceta de productor también ha descubierto a cineastas como Juan Antonio Bayona, al que califica como «una máquina de hacer cine», en el que vio al conocerlo «a alguien que iba a hacer cine sí o sí, con o sin ayuda. «A Bayona lo sueltas en un paraje desértico, vuelves diez semanas después y ha montado un estudio», bromeó Del Toro, que asegura que cuando produce películas de otros directores lo hace «para aprender».