Con una narración de apenas 150 páginas, el escritor Éric Vuillard (Lyon, 1968) ha logrado el Goncourt, el premio mayor de las letras francesas. El orden del día (Tusquets) recoge lo patéticamente anecdótico, se fija en los pequeños detalles sin importancia, acerca el objetivo de la cámara hasta los zapatos gastados de Adolf Hitler, los uniformes del Ejército nazi en los departamentos de atrezo en Hollywood antes de que la guerra comenzase, la espita del gas que los judíos antes de que se declarase oficialmente la Shoah dejaban abierta para suicidarse y a cómo la compañía les cortaba el suministro porque los inquilinos dejaban las facturas sin pagar. Ironía y horror con grandes dosis de poesía en un curioso artefacto que los lectores deben terminar de construir y de sentir como un puñetazo cuando Vuillard les cuente que los dueños de algunas empresas que hoy nos surten de lavadoras, coches, artículo de limpieza y pilas apoyaron económicamente al Führer en su momento y le sobrevivieron sin problema, claro está.

-A pesar de que usted tenía una trayectoria [de sus libros, solo ‘Tristeza de la tierra’, una historia de Buffalo Bill, en Errata Naturae, había sido traducido], cuando se dio a conocer el Goncourt se le calificó de ‘outsider’. ¿Está de acuerdo?

-Sí, yo no estaba exactamente en la centralidad de la actual literatura francesa. Mi libro no se ajustaba a lo que es habitual en las listas del Goncourt. Apareció en Francia demasiado pronto y además no era estrictamente una novela, sino una narración basada en hecho reales. Pero si un libro así ha logrado el premio quiere decir que los textos con una relación directa con la realidad cada día son cada más necesarios.

-Todas sus novelas son históricas pero no en el sentido tradicional. Utiliza la historia para entender el presente, ¿es eso?

-Sí, el presente es inquietante y borroso, muy difícil de comprender. Y la historia, que jamás es neutral, siempre tiene un sentido político. Yo hablo de política de la misma manera que lo hacía Victor Hugo en Los miserables, mostraba la pobreza que existía a su alrededor en un país que había luchado por la libertad, la igualdad y la fraternidad.

-Es una mirada moral, por tanto.

-No, es una mirada política. Hugo no reprochaba, mostraba la miseria como un fenómeno social. La recepción de Los miserables fue estremecedora y fue así porque lo que contaba era verdad.

-Pone el foco en los detalles más ínfimos, que iluminan el relato más que los fríos números.

-Hay muchos ejemplos. El del británico lord Halifax, uno de los artífices de la política de apaciguamiento durante el ascenso del nazismo. En sus memorias, cuenta que, en una cita con Hitler, bajó del coche y no se molestó en levantar la nariz, solo vio unos zapatos un poco perjudicados. Se quitó el abrigo y se lo tendió a quien creía que era un criado, pero se trataba de Hitler.

-El momento es divertido.

-Sí, pero tiene también una interpretación significativa. Quiere decir que el conservador Halifax tenía un desprecio social muy grave, se vanagloriaba de él, y fue precisamente ese orgullo el que le hizo estar complemente ciego ante el peligro que representaba Hitler. Y si no lo vio fue porque en el fondo compartía con él que el nacionalismo y el racismo no eran fuerzas inmorales.

-Suele decirse ¿cómo es posible que el pueblo alemán no se enterara de nada? Pero usted amplía esa posibilidad a ingleses, franceses e incluso norteamericanos que no vieron o no quisieron ver venir a Hitler.

-Es verdad que los ambientes ingleses más aristocráticos estaban en sintonía con el fascismo y que en Francia su alianza se veía como una forma de neutralizar el Frente Popular. Pero bueno, esto no es un ensayo. Es literatura. He utilizado el montaje para comprender cosas que de otra manera no tendrían sentido. Es como un caleidoscopio. Así que el libro supone una posición concreta de mí mismo frente a los hechos. Esa es mi mirada.

-Hay momentos impagables, como la cena en casa de lord Chamberlain con Joachim von Ribbentrop, el embajador nazi en Londres, como invitado. En plena cena salta la noticia de la invasión de Austria, pero los ingleses no echan a patadas al diplomático y este se aprovecha. Es todo muy farsesco.

-Es que la ironía es una forma de expresión de la realidad. No está exactamente en nuestra mirada, sino en la realidad misma.

-Habría sido una magnífica escena de ‘El gran dictador’, la película de Charles Chaplin.

-En Rennes, donde vivo, hicieron una exposición de Vivian Meyer, la niñera fotógrafa. Había una foto que me interesó en la que se ve a un burgués muy gordo sentado en un coche de lujo que saca una pierna para que un niño le lustre los zapatos. Cuando la vi me pareció que era una imagen de Chaplin, pero no era una representación, era algo real. Y no supe distinguir una de otra.

-Lo más impresionante es que su libro habla de cómo poco a poco van transformándose las fuerzas políticas y sin darnos cuenta entramos en una realidad que no imaginábamos. ¿Es una alerta sobre los ascensos europeos de la ultraderecha?

-El libro estaba terminado hace dos años, cuando muchos de los fenómenos que hoy tenemos en Europa todavía no habían llegado. Y no es que los haya adivinado, no soy profeta, sino que el libro se inscribe en las dos coordenadas en las que funciona el mundo, la autoridad y la legalidad. En los últimos años hemos visto cómo esos dos ejes han reducido la libertad del ciudadano para aumentar nuestra seguridad. Hoy los socialistas franceses se atreven a proponer que se quite la nacionalidad francesa a aquellas personas acusadas de terrorismo. Eso estaba en el programa de la extrema derecha.

-El orden del día también permite comprobar que la posverdad y las ‘fakes news’ no son un invento propio de Donald Trump.

-Es verdad. Históricamente hemos sido manipulados en nuestras informaciones, ya sea durante el franquismo o en el colaboracionismo. El único cambio significativo vino con la guerra fría. Ahí había dos versiones, dos visiones del mundo, dos verdades. Ahora, solo hay un conjunto de pequeñas versiones que la mayoría de las veces no coinciden con la verdad. Lo más inquietante es que hay jóvenes hoy en día que están convencidos de que el hombre no llegó a la Luna.

-¿Qué relación debe tener un escritor con la verdad?

-Cuando uno escribe debe tener el convencimiento de que sus palabras van a revelar lo que es el mundo. No sirve decir la verdad a medias. En el curso de la escritura lo que nos hace temblar es la verdad. Porque la verdad es lo que nos toca, nos emociona y nos hace pensar.