Donald Ray Pollock es capaz de escudriñar los rincones más oscuros del ser humano y hacerlo con brillantez; puede crear una violencia que salta los confines de las páginas y a la vez provoca empatía hacia personajes marginales, desamparados y desesperados, borrando las diferencias de circunstancias que los separan del lector. Su voz literaria única ha despertado alabanza y entrega desde que Pollock abandonó su trabajo de décadas en una fábrica papelera y en el 2008, a los 54 años, publicó la colección de relatos Knockemstiff, el nombre de su pueblo natal en Ohio, el estado donde ha pasado toda su vida. Y si con su primera novela (El diablo a todas horas) consolidó su estatus de retratista del reverso dantesco del llamado «sueño americano», ahora reafirma esa condición con su novela El banquete celestial (Penguin Random House).

Esta segunda novela es más larga y tiene una estructura de capítulos cortos, superpoblados de personajes, que le dan un ritmo feroz. Formalmente es un wéstern ambientado en 1917, pero ni el género ni la fecha deben llamar a engaño. La historia de los tres hermanos Jewett, que salen de la miseria atracando bancos y que, guiados por una novela pulp de 10 céntimos, se convierten en forajidos que ponen rumbo a Canadá desde el sur, es mucho más que hillbilly noir o gótico rural, dos de las etiquetas que han demostrado sus limitaciones para describir el trabajo de Pollock. Y los personajes de estas páginas resuenan como extremadamente actuales en un país donde el hombre blanco de la clase trabajadora fue una de las claves de la elección de Donald Trump.

EN TERRITORIO CONOCIDO / A Pollock, que sale al porche de su nueva casa en Chillicothe (el Meade de su ficción) para eludir el ruido de las obras durante una entrevista telefónica, le cuesta verse como el retratista de este personaje estadounidense por el que hay un renovado interés. «No es realmente intencionado», asegura. «Es donde crecí. Cuando era un niño, la mayoría era así, pobre, sin educación. He vivido aquí toda mi vida. Y esta es la única área que conozco lo suficientemente bien como para escribir de ella», dice. «Empezando con William Faulker, John Stein-beck... Ha habido gente antes escribiendo sobre los mismos tipos de los que escribo yo. Lo que pasa es que ahora la gente está prestando un poco más de atención. El sistema de clases ha arraigado aquí, separando a los ricos del resto. Hay una regresión y la clase media, la trabajadora y la baja se están fundiendo. Y hay mucho foco en eso por la política».

La novela, cuyo ritmo reconoce influenciado por series como Breaking Bad y Boardwalk Empire, tiene referencias a la trascendencia de la literatura como vía de escape. Pero está también llena de reflexiones sobre discriminación (racial, del inmigrante y de la mujer), amarillismo de los medios de comunicación, política y políticos, religión y guerra, que también resuenan como muy vigentes y que embaucan al lector en su afán por descubrir.

Y el autor cree que parte de esa actualidad se debe a que no hace mucha investigación sobre el periodo. «Intento entender algo de hábitos personales de la gente entonces, qué comían, cosas así, pero el resto... Trato de no especializarme en lo que estaba pasando. Con la mayoría de las cosas con las que lidiaban entonces, nosotros seguimos lidiando ahora», reflexiona, «y en muchas cosas no hemos avanzado mucho. Tecnológicamente sí, pero en bastantes otras áreas parece que tenemos los mismos problemas. Teníamos una guerra en marcha entonces, tenemos guerras en marcha ahora...»

Su vehículo para hablar de todo ello es la ficción. Y es una decisión consciente de alguien que no tiene en mente repetir los despachos que en las elecciones del 2008 envió desde Ohio para The New York Times. «Era pronto, con el primer libro, y fue un honor, pero me di cuenta de que no soy tan bueno en ello», dice. «No me gusta prestar demasiada atención a lo que está pasando ahora», explica también. «Veo las noticias, sé lo que está pasando, pero creo que estoy mejor si me apego a mi ficción. Por supuesto tengo opiniones firmes sobre algunas de estas cosas, pero prefiero disfrazarlas un poco en la ficción y dejar que sean comunicadas por los personajes como sus ideas. Y en parte es porque todo el mundo tiene una opinión sobre lo que está pasando y no creo que la mía sea mejor que la de otro cualquiera».

PRESIÓN DE VENA OSCURA / Cuando se le recuerda que no todo el mundo escribe como él da las gracias por el comentario y, como hace en su literatura para dejar salir cierta presión de su «vena oscura» («tanto por el lector como por mí mismo»), usa el humor como válvula de escape. «Todo lo que ha pasado con esta elección es tan estrambótico que no quiero pasar demasiado tiempo estando deprimido».

Su refugio en la ficción tiene también mucho que ver con su vida en Chillicothe, una localidad del sur de Ohio con poco más de 20.000 habitantes. «Es muy republicano y tengo que admitir que a veces es un poco duro vivir aquí por eso. No soy republicano», clarifica, «así que simplemente intento llevarme bien y en realidad no hablar de política con la gente de aquí, porque no me hace ningún bien encenderme y molestarme».

«UNA VIDA TRANQUILA» / Es Chillicothe también donde Pollock lleva «una vida tranquila» que no ha cambiado ni cambiaría por el estatus que ha logrado en el universo literario, donde es consciente de que ha sido «extremadamente afortunado» y donde asegura que «todo el mundo» le ha tratado bien. «Esta no es una ciudad literaria y nunca veo a ningún escritor por aquí y en cierto modo lo prefiero así. No es que no me guste hablar con otros escritores ni nada por el estilo», aclara, «pero cuando salgo y hago lecturas, giras de promoción y actos literarios tengo suficiente de eso como para que me dure hasta la siguiente vez». Aquí me levanto, escribo, trabajo en la casa, en el jardín, paseo al perro, leo... Vivo una vida muy tranquila. Y eso es lo que me gusta», dice con tranquilidad.