En torno a 2015, Lara Almarcegui (Zaragoza, 1972) comenzó a negociar con diferentes instituciones la adquisición de un terreno que incluyera los derechos de explotación mineral del subsuelo. Lo intentó sin éxito en varios países y regiones; también en Aragón. Finalmente logró comprar un pequeño yacimiento de hierro en Tveitganven, cerca de Oslo. Siguió la intervención Derechos mineros (Tveitganven), que ha presentado este año en el Festival de Arte Contemporáneo Artefact (Lovaina), y en Manifesta Foundation (Ámsterdam); además de ser motivo de su charla en la XIV Bienal de Cuenca. ¿Qué hay debajo de la ciudad y quién es su propietario?, es el primer interrogante que Lara Almarcegui plantea para, a continuación, reflexionar sobre la propiedad del subsuelo y la extracción de los minerales. Según ha constatado, la propiedad privada de una vivienda o de un terreno no incluye la exploración y explotación del suelo debajo de ella, por ser de titularidad pública, de ahí que las administraciones regionales o estatales puedan vender los derechos a grandes empresas. En Holanda, asegura la artista, prácticamente todo el subsuelo del país es propiedad de la empresa Shell. Por eso decide comprar un terreno y no explotarlo pues de lo que se trata es de llamar la atención sobre la explotación de la minería en Europa. Cuestionar la propiedad de la Tierra y de los recursos naturales son, por tanto, los dos asuntos centrales de su último proyecto Derechos mineros.

Durante una entrevista con Fietta Jarque, Lara Almarcegui comentó que si le preguntaran qué sucedía con su trabajo diría que «da que hablar». Es cierto. Ante sus obras, hablamos del lugar, de su acción, de las instituciones, de los recursos naturales, de otras posibilidades de intervención... «La gente habla. Eso sucede en todos mis proyectos». Hablamos y hablamos, y durante ese tiempo de debate y hasta de discusión somos testigos y partícipes de su acción. En la frontera entre la regeneración y la decadencia urbana, los proyectos de Lara Almarcegui investigan y documentan los procesos de planificación urbana y de transformación de los descampados periféricos de las ciudades provocados por los cambios y desarrollos económicos, sociales y políticos; y, en paralelo, analiza monumentos, edificios y elementos urbanos y arquitectónicos mediante procesos de demolición y excavación. No en vano, se trata de dar a ver aquello que permanece oculto a nuestra mirada.

Lara Almarcegui, la artista más internacional de origen aragonés, suele iniciar su trayectoria artística a partir de 1999, con la exposición celebrada en el Stedelijk Museum Bureau de Ámsterdam. Antes de que centrara su trabajo en el análisis de lugares no planificados o abandonados, espacios indecisos al decir de Gilles Clément, en los que es posible asistir al progreso de una serie de procesos ajenos a la expansión «caníbal» de lo urbano, en expresión de Mike Davis, sus primeras experiencias pictóricas reclamaban -citó Lara Almárcegui a Richard Long-, «causar desorden en lo que uno sabe, destruir ese pequeño universo propio». En su exposición temprana de 1992 en la Escuela de Artes de Zaragoza encontramos el origen de una nueva mirada que decidió atender a los espacios improductivos con la intención de favorecer su reconocimiento, al hacerlos visibles.

En 1995, realizó su primera acción artística que consistió en restaurar el Mercado de Gros en San Sebastián, días antes de ser demolido; se trataba de suscitar la atención de los vecinos sobre un edificio que durante años había sido parte de la historia del barrio y, por tanto, de la memoria colectiva. En 1997 convirtió en hotel gratuito la vieja estación de tren de la localidad zaragozana de Fuentes de Ebro, abandonada hacía veinte años, lo que animó a la ciudadanía a reclamar el edificio para uso público.

El interés por los descampados comenzó durante la estancia de Almarcegui en Ámsterdam, una ciudad donde todo está diseñado; desde entonces se han ido sucediendo sus intervenciones en lugares y edificios situados en los márgenes, prescindibles por estar desprovistos de función, o a punto de perderla. El arquitecto Ignasi de Solà-Morales explicó que los terrains vagues lo eran por improductivos e indefinidos, molestos como todo lo baldío y lo incierto en un mundo que ha perdido su pasado y que no tiene futuro, que existe solo para el presente. Únicos testigos de resistencia de la ciudad, estos «lugares de posibilidad» centraron la atención de Lara Almarcegui mediante el estudio, inventario y recuperación de descampados, lugares vacíos, indefinidos, inciertos, desprovistos de toda función, «espacios de poderosas dinámicas» que diría Clément y, por ello, singularmente capacitados para pensar la ciudad, pues no en vano son «lugares de libertad donde se puede esperar cualquier cosa».

En la extensa cartografía de descampados recuperados por Lara Almarcegui figura Un descampado en la ribera del Ebro, proyecto que presentó cuando fue invitada a participar en la convocatoria de intervenciones artísticas de la Exposición Internacional Zaragoza 2008. Su propuesta obligó a las administraciones a firmar un convenio mediante el cual se comprometían a proteger durante 75 años un terreno situado en el meandro de Ranillas de toda intervención urbanística, de tal modo que todo en él suceda por azar natural y no según un plan. La protección del descampado en Ranillas se acompañó de la documentación del terreno en una secuencia de ochenta diapositivas y de la edición de una guía que recogía los objetivos del proyecto y atendía a la localización e historia del lugar, junto a un estudio botánico y otro geológico, a cargo, respectivamente, de Carlos Ávila y Francisco Pellicer.

En el ápice del meandro de Ranillas, dentro del Parque del Agua, Lara Almarcegui protegió para la ciudad un espacio vacío que ocupa una superficie de hectárea y media, originado por la crecida del río en 1461. Un lugar que recupera la historia y la memoria de la ciudad y del Ebro, invitándonos a participar de la dinámica natural que lo reinventa y transforma constantemente. Un espacio de libertad.