El 29 de abril de 1828 ingresó en el Museo de Zaragoza, como depósito de la Academia de Bellas Artes de San Luis, el Retrato doble de matrimonio, sin autoría. Fue en 2009 cuando Carmen Morte, comisaria de la exposición El esplendor del Renacimiento en Aragón, solicitó a Antonio Vannugli el estudio de aquella obra que el Museo de Zaragoza había atribuido en 2003 a Benvenuto Tisi, Il Garofalo, pintor de Ferrara de la primera mitad del siglo XVI. Vannugli determinó que la piccola pittura sobre cobre correspondía a la primera etapa de Lavinia Fontana (Bolonia, 1552-Roma, 1614), entre los años 1577 y 1585, y adelantó la posibilidad de que la identidad de los personajes retratados en cada una de la caras de la obra correspondieran a la artista y a su esposo, Giovanni Paolo Zappi, con quien contrajo matrimonio en 1577. Una identificación que, como el propio Vannugli anotó, era muy dudosa si se comparaba con Autorretrato a la espineta con criada que Fontana firmó en 1579.

Leticia Ruiz, conservadora del Museo del Prado y comisaria de la exposición Historia de dos pintoras. Sofonisba Anguissola y Lavinia Fontana, está de acuerdo en la adscripción de la obra a Fontana, que fecha en torno a 1577, pero considera que se trata de un retrato celebratorio de una pareja de identidad desconocida pues si fuera el autorretrato de la artista y de su esposo, argumenta, lo hubiera firmado acreditando su nuevo estado como hizo en muchas obras a partir de aquel año. Lamentablemente no se ha localizado documentación sobre las circunstancias en que la obra fue realizada, ni existen noticias sobre su procedencia anterior.

El Retablo doble del matrimonio del Museo de Zaragoza es una de las cuatro obras de Lavinia Fontana en colecciones españolas, ninguna corresponde al Museo del Prado, que sí cuenta en sus fondos con cuatro de Sofonisba Anguissola (Cremona, c. 1535-Palermo, 1625), un número sorprendentemente reducido si tenemos en cuenta que Anguissola residió en España desde 1559 a 1573. Mitigar deficiencias históricas de sus colecciones y paliar la escasa o nula presencia de obras realizadas por mujeres artistas, son algunos de los propósitos que la dirección del Museo del Prado se ha fijado cuando se cumplen doscientos años de su existencia, desde que el 19 de noviembre de 1819 abriera sus puertas al público con fondos de las colecciones reales.

Cuenta Leticia Ruiz en el estupendo catálogo de la exposición Historia de dos pintoras que el proyecto nació durante el estudio del cuadro La dama del armiño, atribuido a El Greco desde 1838 hasta que Maria Kusche lo adscribió a Sofonisba Anguissola, de cuya obra es máxima especialista. En 2014 se estudió y analizó la pintura, comparando resultados con otras de El Greco y de Sánchez Coello en el Prado, que finalmente la catalogó como obra de este último artista. Pues bien, fue durante aquel proceso cuando Leticia Ruiz creyó necesario dedicar un proyecto a Anguissola para activar los estudios de sus obras en el contexto español. Muy pronto surgió la idea de presentar a Sofonisba Anguissola junto a Lavinia Fontana, con el ánimo de advertir, señala, la compleja realidad de las mujeres artistas quienes, lejos de responder a un solo modelo, mostraron actitudes diversas hacia una profesión que practicaron de acuerdo a distintas circunstancias familiares y sociales. Anguissola fue extraordinaria pintora de enorme prestigio y dama en la Corte española; y Fontana, la primera mujer reconocida como artista profesional, la primera mujer documentada que dirigió su propio taller, y la primera que traspasó los límites y los géneros impuestos a las mujeres. Ambas alcanzaron fama y reconocimiento, y las dos fueron olvidadas al poco de morir.

Historiadoras norteamericanas (Whitney Chadwick o Linda Nochlin, entre otras) iniciaron en los años 70 del siglo XX la recuperación de trayectorias y obras de mujeres artistas; aquellos trabajos pioneros siguen muy activos en la actualidad y son atendidos por artistas como María Gimeno (Zamora, 1970), primera mujer artista viva que expone en el Prado. «¿Podría darme el nombre de tres artistas mujeres anteriores al siglo XX? Y si no son tres, ¿quizás una?», nos pregunta María Gimeno, invitada por Prado Educación en la exposición dedicada a Anguissola y Fontana, a quienes retrata en su instalación Habitando ausencias. María Gimeno borda sus autorretratos y los presenta al revés, negando sus rostros, como la historia hizo con sus obras. Para recuperarlas es preciso esforzarse buscando el reflejo en los espejos. La instalación se despliega en el Timeline (siglo X a 1881), extenso diagrama que incorpora a 78 mujeres artistas en el relato oficial de la Historia del Arte, que tuvo su continuidad en la performance Queridas viejas, que hace un año presentó en el Paraninfo de la Universidad de Zaragoza.

De la lectura tan recomendable del catálogo de la exposición, recupero el episodio en el que Leticia Ruiz narra el primer documento conocido que relaciona a Sofonisba Anguissola con Lavinia Fontana. Se trata de una carta fechada en 1578 en la que el dominico español Alfonso Chacón, anticuario y bibliófilo, se dirige a Fontana solicitándole un autorretrato para su galería de personajes ilustres que pretendía alcanzara a quinientos en total, en número parejo de hombres y mujeres. Fontana se lo envió en mayo de 1579, agradecida de que Chacón quisiera colocarlo junto al autorretrato de Anguissola, como le había anunciado. El proyecto no llegó a finalizarse, pero evidencia la atención hacia la excelencia y capacidad intelectual de las mujeres, educadas en lo que Paul Kristeller denominó «un sistema de las artes» que incluía la formación en pintura, música, lectura y escritura. Así quisieron representarse las dos artistas en sus autorretratos. Y aunque ambas demostraron su capacidad para pintar ricos textiles, y quizás bordaran, fueron ajenas a la costura que, como señala Michael Conte en su artículo Artes hermanas, se entendía como una limitación por su vinculación directa con la actividad femenina, que nunca fue celebrada pues su práctica tenía como principal objetivo escapar del aburrimiento, considerado el enemigo principal del sexo femenino. Lavinia Fontana pintó desnuda a Minerva, la inventora del arte del coser. ¿Cuántas mujeres tuvieron que conformarse con la aguja en vez de utilizar el pincel? Ha tenido que pasar mucho tiempo para que el arte de coser sea considerado como tal: la aguja es pincel y el pincel aguja; a pesar de que todavía hoy irrumpan ecos de antiguos manuales que instan a educar a la mujer en la banalidad de los valores que adornan el trasnochado ideal femenino.