Durante 32 años, Bárbara Jacobs (Ciudad de México, 1947) fue la compañera de una de las grandes luminarias de la escena literaria mexicana, el guatemalteco Augusto Monterroso, aunque los textos de él fueran grandes en valor y mínimos en extensión. «Cuando despertó, el dinosaurio todavía estaba allí», para entendernos. Jacobs, hija de un norteamericano de origen libanés que fue brigadista en la guerra civil española y que acabó trasterrado al país azteca, ha cultivado una larga trayectoria como autora que nada le debe a su convivencia marital. Aunque ella tiene anécdotas sobre aquellos malpensados que le achacaban lo contrario. «Era gente que no me había leído nunca y lo que es peor, que jamás había leído a Tito [como se conocía a Monterroso]», explica. Más de 17 libros, entre ficción, poesía y ensayo, la avalan.

Alguien podría definir su nuevo libro, La buena compañía (Navona), como una colección de recomendaciones literarias sin pretensiones; y acertará. Como un intento de hacer un modesto canon de los grandes hallazgos de la literatura del siglo XX, mucho más allá de los géneros habituales; y también acertará. Y también, y esa es quizá una de las cosas que más le gusta, como una suerte de autobiografía escondida en los libros que la han formado. «Yo quería dirigirme a un lector común, no especializado, me habría muerto de miedo si hubiera pensado que iban a leerme los grandes intelectuales», dice cargada de modestia.

El origen del libro se remonta al año 2001, cuando una amiga de Jacobs se empeñó en que ella debía dar un taller de lectura a sus amigos. «Me gustó mucho esa idea porque sus amigos eran de todo tipo, desde alto financieros hasta pintores de brocha gorda pasando por una maestra de meditación, un chef y un controlador aéreo gay, así hasta casi un centenar». Luego la amiga murió y los talleres no se pudieron llevar a cabo, pero quedó la semilla y fructificó en este libro que selecciona cuatro ejemplos por cada género. Así en poesía están Pablo Neruda, Apollinaire, Montale e Ida Vitale; en cuento, los Dublineses de Joyce, Fiesta en el jardín de Katherine Mansfield o El Llano en llamas de Rulfo. Más curiosa resulta su selección de novela, en la que se incluye Muerte en Venecia de Thomas Mann, Lolita de Nabokov, Rayuela de Cortázar y, oh sorpresa, La plaça del Diamant de Mercè Rodoreda, a la que Jacobs accedió en su traducción castellana y quedó instantáneamente enamorada. «Me cuesta mucho releerla porque siempre termino llorando. Me impresiona su gran fuerza emocional y me enorgullece que si hoy es algo conocida en mi país es por un artículo que publiqué en el diario La jornada que ahora se reproduce también en el libro».