Cuando muere un genio se dice que nace una leyenda. No es el caso, la de El Manzanas se perpetúa porque ya lo fue en vida. Cuando toreaba en Zaragoza se vestía en el Don Yo y dicen que --a bordo de su haiga negro o después en su Jaguar verde oliva, tan aristocrático como su toreo-- durante el trayecto a la plaza, sacaba la petaca y sorbía un trago de güisqui. Inspiración ardiente directa al alma. Espejo inalcanzable para tantos toreros, sumo sacerdote del rito, extremadamente exquisito y epatante hasta para morir. Por eso ha sido único, la fuente a la que tantos fueron y aún acuden a beber sin saber que ese manantial nació como un gota a gota que a la mayoría no ha convertido sino en modestos arroyuelos.