Lita Cabellut, cotizada pintora aragonesa (nacida en Sariñena), se ha integrado en el equipo del atrevido Carlus Padrissa de La Fura dels Baus para llevar a descubrir un nuevo mundo con Karl V, una ópera poco conocida de Ernst Krenek (Viena, 1900-Palm Springs 1991) que hoy se estrena en la Ópera Estatal de Múnich. Su protagonista como indica el título es Carlos I de España y V de Alemania, el hombre más poderoso de su época en cuyo imperio nunca se ponía el sol, emperador del Sacro Imperio Romano Germánico entre 1520 y 1558.

La artista, acostumbrada a pintar sobre lienzos ha disfrutado dando rienda suelta a su imaginación en un gran escenario y Padrissa está encantado del tándem formado con Cabellut. «Es magnífica. Hace magia con la luz. He aprendido mucho con ella», afirma el director escénico.

«LIBERTAD TOTAL» / Ese mismo entusiasmo se transmite en las palabras de la pintora hacia su partenaire en esta aventura. «Carlos (Padrissa) me dio libertad total para crear, ha confiado plenamente en mí y el resultado es brutal. Soy muy exigente y perfeccionista, quiero que las cosas sean de verdad, hay que sentir que vienen del sótano. Me ha sorprendido ver cómo todo eso que he creado y que ya es independiente de mis propias intenciones, ha cobrado identidad propia y logra conmoverme. ¡Algo muy difícil!». La primera vez que vio la ópera de principio a fin, lloró de emoción. «¡Es cómo si mis cuadros cobraran vida!», exclama la pintora gitana que ha cautivado al mundo con sus retratos. Ha utilizado el escenario como si se tratara de un gran lienzo. «Más que componer la escena, la he pintado porque el espectáculo es muy visual». Cabellut, que ya trabajó con Padrissa en El asedio de Corinto, de Rossini en Pésaro (Italia) hace dos años, se ha encargado tanto de la escenografía, el vestuario y las videoproyecciones.

Aunque el protagonista de la obra es una figura histórica lejana, sus dilemas son plenamente actuales. La batalla por el poder y sus dudas como ser humano no han variado tanto. Algo que marca Karl V, la primera ópera dodecafónica, hoy poco conocida.

Compuesta entre 1931 y 1933, la obra de Krenek, autor tanto de la música como del libreto, arranca con Carlos V poco antes de enfrentarse a la muerte en su retiro del monasterio de Yuste. Allí, ante su confesor, irá recordando escenas y personajes clave en su vida. Además de su rival Francisco I, rey de Francia, aparecen su hermana Leonor de Austria y su hermano Fernando I, su madre Juana de Castilla, más conocida como Juana la Loca, su mujer Isabel de Portugal, Martín Lutero, el Papa Clemente VII o Solimán el Magnífico, gran sultán otomano que llegó con su ejército a las puertas de Viena.

La escenografía llena de simbolismo y espejos refleja ese estado entre la vigilia y el sueño o el delirio, una zona donde el concepto del tiempo se diluye y donde todo es posbible. En ese estado, al final de su vida y con la muerte está próxima, arranca el primer acto. La guerra, la falta de humanismo, los muros físicos y mentales aparecen en este montaje que también habla de los efectos de la globalización cuya primera piedra se puso gracias a Carlos V al sufragar la primera expedición que dio la vuelta al mundo de Magallanes. Ese concepto esférico del planeta inspira algunas una de las imagenes más espectáculares de la producción, en la que más allá de cantantes y orquesta participan 26 bailarines y 18 figurantes.

COSMOS PARTICULAR / El arte de Cabellut ha integrado esculturas humanas made in La Fura en su cosmos particular para ilustrar desde lo más bello hasta lo más brutal, como la guerra y sus devastadores efectos. «La obra muestra cómo se desmoronan los pilares del ser humano», dice la creadora aragonesa que ha querido retratatar las conscuencias de los radicalismos y populismos con «un mar que escupe cuerpos humanos».

A Cabellut le interesó la historia de esta pieza porque «muestra la fragilidad del poder». Su música ha sido también todo un descubrimiento. «La partitura es muy contemporánea, actual, emocional por eso conecta muy bien con los tiempos turbulentos que vivimos». Cabellut ha recurrido a imágenes catastróficas como las que representaba El Bosco pero también reconoce la influencia de la obra de Caravaggio y de Tiziano.

Para crear el vestuario de los numerosos personajes, se ha inspirado en diversos cuadros, algunos del Museo del Prado. «He reinterpretado los ropajes de aquella época», dice Cabellut. Los relojes dibujados en algunas indumentarias aluden al paso inevitable del tiempo y a la también inevitable repetición de la historia a lo largo de los siglos. Tanto ella como Padrissa coinciden: «En realidad el mundo que mostramos no es antiguo, ni moderno, es un terreno onírico donde todo es posible».