Con su anterior película, It follows (2014), David Robert Mitchell se convirtió en uno de los abanderados del cine de terror de última generación gracias a su capacidad para extraer de la tradición cinematográfica todo su potencial a través de un potente cóctel de referencias que al pasar por el filtro de su personalidad se transformaba en algo totalmente nuevo, fresco y diferente.

Ahora vuelve a demostrar que es el más listo de la clase gracias a Lo que esconde Silver Lake, en la que eleva a la máxima potencia la maquinaria de reciclaje para convertirla en la auténtica protagonista de la función y componer a través de una acumulación avasalladora de guiños pop el último juguete posmoderno con vocación de clásico de culto inmediato.

El director quería hablar de Hollywood, de la cara oculta de la ciudad de los sueños y de las películas como espejismos de una realidad cada vez más deformada y que adquiere los contornos de una alucinación en la que todo se pervierte. Por eso nos sumergimos en un universo tan extraño como impredecible en el que hay un asesino de perros suelto por la ciudad, las ardillas caen de los árboles, una red de catacumbas serpentea el subsuelo y triunfa un grupo de rock llamado Jesús y las Novias de Drácula.

En medio de ese extravagante panorama encontramos a un treintañero desnortado, Sam (Andrew Gardfield) que ha crecido entre el grunge y el videojuego, entre Kurt Cobain y Mario Bros, y cuya última obsesión es hallar mensajes ocultos en los programas de tele. Su relación con el género femenino no puede ser más tóxica, aunque él se empeñe en camuflarla a través de un halo de inmadura idealización.

Es un voyeur empedernido, por eso su pequeño mundo se desestabiliza por completo a partir del momento en el que aparece en su campo de visión una chica rubia en biquini dispuesta a zambullirse en una piscina. Se trata de Sarah (Riley Keough), está obsesionada con la película Cómo casarse con un millonario, en la que ella interpretaría el papel de Marilyn Monroe, por supuesto, y tiene un perro que se llama Coca-Cola. De la noche a la mañana desaparece, y Sam se embarca en una peligrosa aventura para descifrar su paradero y toda una red de secretos que se esconde en esa ciudad de mentiras y apariencias en la que en realidad todo el mundo está solo.

Para David Robert Mitchell todo está conectado, por eso la propia película se convierte en un mapa del tesoro que nos lleva por la historia de la cultura popular del siglo XX, desde el cine mudo y Janet Gaynor, pasando por el cómic underground, el declive de la contracultura y el culto a Playboy como generadora de fantasías heterosexuales, hasta desembocar en las teorías conspiranoicas. Un apasionante neo-noir en el que los secretos se esconden en una canción de R.E.M. o en unos cereales.

GENERACIÓN PERDIDA

Se trata además de una película que dialoga con una generación perdida, que han crecido bajo la sombra protectora de sus padres y de los años del crecimiento económico y que en tiempos de crisis se ha quedado estancada en tierra de nadie, en un limbo en el que reina el ensimismamiento y la autocompasión, desfasados dentro de un mundo que cambia a ritmo vertiginoso y en el que su existencia parece no tener sentido. Quizá por esa razón, parece como si nos introdujéramos en el espacio mental del protagonista, tan obsesivo como distorsionado, con todo ese puzle de referentes que solo adquieren un verdadero sentido para él.

En realidad, parece como si el director jugara a ser Pynchon en clave adolescente y quisiera componer una pesadilla suburbial a modo de Mullholland Drive millennial en la que reina por encima de todo la influencia de Hitchcock.

Puede que Mitchell peque de ambición a la hora de disparar hallazgos, ideas y referencias con la rapidez de una ametralladora. Pero Lo que esconde Silver Lake intenta ir más allá de las apariencias, enfrentar lo banal con lo profundo, lo evidente con lo oculto para evidenciar que todo es mentira, la realidad es un simulacro, los mitos no existen y es necesario construir una farsa a nuestro alrededor para que todo tenga algo de sentido.