Demasiadas películas recientes de superhéroes son intercambiables entre ellas. ¿Cuál era aquella en la que el destino de la Tierra estaba en juego? ¿Y aquella que reunía a todos los héroes populares posibles? ¿En cuál se sucedían escenas de destrucción a gran escala en las que no se reconocía el peso de todas esas bajas humanas? ¿Cuál de ellas abusaba de la infografía? Incluso pequeños desvíos de la norma como la gamberra Deadpool, la ultrapop Guardianes de la galaxia y la casi íntima Ant-Man acababan aceptando en algún momento las normas que venían a subvertir.

Una película diferente

Y entonces llegó James Mangold, quien se propuso hacer una película de superhéroes diferente y, además, la ha hecho. Quería apostar por una visión «madura», adjetivo que invita a la suspicacia, si tenemos en cuenta que hablamos de un género en el que los personajes visten capas y mallas y sobrevuelan nuestras cabezas. Pero él se propuso cargarse incluso capas y mallas; no las busquen en Logan.

Al bueno de Mangold le cayó hace unos años el desafío de dar continuación a X-Men orígenes: Lobezno, universalmente considerada la peor película de la Patrulla-X. Su estimable Lobezno inmortal hablaba de un director dispuesto a introducir cambios, como el traslado de la acción de Nueva York o Gotham a Japón; y un Japón en el que, además, los japoneses hablan japonés.

Si en aquella ocasión inyectó elementos del cine de samuráis y yakuzas, en Logan se atreve a afirmar que wéstern y cine de superhéroes no son excluyentes. Su principal inspiración está en El viejo Logan, una historia del tebeo Lobezno que Mark Millar escribió bajo la influencia de Sin perdón. «Esto sería interesante», dijo hace unos años al periodista Abraham Riesman. «Un Logan viejo (Logan es nombre de pila de Lobezno). Quizá no haya sacado sus garras ni una pistola en 30 años».

Mangold toma de esa historia algunos elementos, como su paisaje de wéstern posapocalíptico. En el 2029, Lobezno/Logan es un chófer que vive en una fundición abandonada, donde, ayudado por el rastreador Caliban (Stephen Merchant), vigila de cerca a un crepuscular profesor Charles Xavier (Patrick Stewart), cuyo pobre estado mental tiene efectos aniquiladores. Como dice uno de los villanos en la película: «Una enfermedad cerebral degenerativa en el cerebro más peligroso del mundo. Menuda combinación».

Un día anima ese apagado paisaje una niña, Laura (Dafne Keen), con poderes sospechosamente parecidos a los de Logan, y arranca un agitado road trip hacia Dakota del Norte, donde supuestamente hay un refugio de mutantes.

Épica pero terrenal

Logan es una película para mayores en dos sentidos: por un lado, la absoluta crudeza de su violencia, que le ha valido la calificación R —menores de 17 han de ir acompañados por un adulto— en EEUU. Por otro, está la cuestión de la emoción: es un filme de profunda melancolía de principio a fin, concentrada en la peripecia vital de unos pocos personajes marcados por su diferencia.

La saga mutante siempre ha ido sobre eso: el drama de sentirse diferente en un mundo hostil. Mangold saca el máximo partido emocional a esa línea temática en una película épica pero terrenal, espectacular pero táctil, en algún lugar entre Terminator 2, Mad Max y Raíces profundas, citada de forma dolorosa.