Decía Thoreau que la desobediencia es el verdadero fundamento de la libertad. Desobeceder para obedecerse a uno mismo. Hay quienes toman esta vía por afán espiritual, y otros, como Manuel, que necesitan verse contra la porra y la pared para cambiar de aires. En Los asquerosos (Blackie Books), la cuarta novela de Santiago Lorenzo, encontramos una mezcla de ambas. Lo que empieza como el relato de un joven cuya única culpa es ser un completo inadaptado -y acuchillar a un policía- acaba por meter el dedo en la ineficacia del sistema, su lobotomización a través del consumo y en lo poco que necesita un hombre para ser feliz.

A través de una prosa que intercala cultismo y desfachatez, Santiago Lorenzo nos pone delante de algunas de las problemáticas más candentes de nuestro país: la precariedad laboral, los pueblos fantasma -refugio idóneo para criminales- o la estupidez creciente de los que confían todo al «progreso» aunque este les genere más dependencias que autonomías. El autor es consciente de que ir hacia delante no alberga siempre una connotación positiva, que saber plantar una patata es quizá más relevante que domotizar unas persianas, y que si nos detenemos un momento, apenas un momento en mitad de la corriente, nos daremos cuenta de que es mejor ser un asqueroso libre… que simplemente un asqueroso.