Edgar Wright (Somerset, Inglaterra, 1974) es un innovador y complejo cineasta mimado (y con razón) por los críticos. Ahora, el autor de hitos como Zombies party, Arma fatal y Scott Pilgrim contra el mundo estrena su primer filme rodado en Estados Unidos, Baby driver. El resultado es explosivo: acción, robos, sangre, amor y música. Muchísima música. La primera vez que pensó en la historia tenía 21 años e iba conduciendo. En la radio sonó Bellbottoms, de Jon Spencer Blues Explosion, y en ese momento pensó: «Esta canción quedaría genial en una persecución de coches». 22 años más tarde ese pensamiento se ha convertido en una película.

Wright, que visitó Madrid para promocionar su último trabajo, piensa mejor con azúcar. Por eso, antes de comenzar la entrevista solicita educadamente dos onzas de chocolate negro. Se alegra cuando las ve encima de la mesa y empieza a toquetearlas. Cuando alguna pregunta le parece más interesante, mira al periodista y muerde con fuerza el trocito de dulce. Lo saborea y después, contesta.

-Es usted muy melómano. Totalmente. Y me encantan las películas de persecuciones de coches.

-En Baby driver he juntado mis dos grandes pasiones. Siempre quise hacer un filme de acción al ritmo de buena música. Toda está visto desde un punto de vista musical y esto ha sido clave a la hora de escribir el guion. En muchas escenas, la banda sonora es la que manda.

-El guion está dominado por temas de Queen, The Commodores y Beck, entre otros. La música afecta también a los actores, cuyos movimientos están marcados por el ritmo de las canciones.

-Hay música y coreografía, sí. Pero esto no es un musical al uso. Es un filme intenso y con suspense. Divertido y excitante.

-Para escribir la historia se reunió con un exladrón de bancos, Joe Loya, que a principios de los 90 fue sentenciado a siete años de cárcel y escribió un libro: Confesiones de un ladrón.

-Me vi con él, sí, pero cuando el guion ya lo tenía estaba redactado. El caso es que yo soy un cineasta inglés metido en una película americana sobre robos a bancos. ¿Cómo hago esto siendo muy real y creíble?, me pregunté. Me entrevisté con varios exconvictos americanos, incluido Loya. Busqué mucha información al respecto. Lo hice para añadir detalles y anécdotas interesantes que ayudaran a hacer que el guion fuera del todo creíble. Fue algo clave, sobre todo para contar cómo la banda de criminales hace lo que hace y, sobre todo, cómo se fugan. Mis películas son ficción, pero siempre me ha gustado bucear en la realidad.

-Ingenuamente, el protagonista (Ansel Elgort) está convencido que puede ser el chófer de una banda criminal sin ser un criminal.

-Es un crack al volante, pero no es el núcleo duro de la banda. Incluso, se sienta lo más alejado posible de ellos porque no quiere ser parte del grupo. Piensa erróneamente que él es solo el mensajero. Obviamente, Baby se engaña a sí mismo. Se intenta aislar y no se quita ni las gafas de sol ni los casos. Está en su mundo. Creo que en la vida real pasa lo mismo, que los criminales siempre buscan justificaciones para sus actos.

-Para dibujar el personaje ¿pensó en un tipo duro y silencioso, un Eastwood o un McQueen?

-Baby es un tipo duro en su trabajo. Pero a medida que le vas conociendo ves que tiene un niño dentro. Además, le di un motivo para ese silencio, un defecto en el oído, acúfenos, unos pitidos constantes causados por un accidente de tráfico cuando era pequeño y que parecen amortiguarse con la música que escucha todo el tiempo. Empieza siendo algo que le da seguridad y acaba convirtiéndose en pura obsesión. Tiene que ponerle una banda sonora a su vida porque no puede hacer hace si no suena la canción correcta. En su casa, la única relación que tiene es con su padre adoptivo, que es sordomudo.

-La película es un chute de adrenalina, acción y música. Pero también una bonita historia de amor entre el protagonista y una inocente camarera (Lily James).

-El chaval trabaja para una banda criminal pero cuando conoce a la chica buena se enamora y empieza a pensar en cambiar de vida y convertirse en una personal normal, justo lo contrario de lo que pasa en Uno de los nuestros (Scorsese, 1990). Los dos actores son muy amigos en la vida real y esa química se ha traslado a la pantalla.

-¿Y cómo trabajaron las escenas de acción, las persecuciones, los tiros y la sangre?

-En el guion estaba todo muy detallado. Además, estuvimos al lado del coreógrafo y del responsable de la acción todo el tiempo para que el texto escrito funcionara físicamente. Muchas veces tienes que tener en cuenta la capacidad de cada actor. Por ejemplo, yo había escrito una carrera que terminaba en un ascensor, pero fue imposible y lo sustituimos por una escalera mecánica. En esta película ha trabajo mucha gente de muchos departamentos. Ha sido un trabajo de colaboración excepcional.