Le debe su éxito a su trayectoria como actor, pero sobre todo a la inmensa repercusión comercial que logró en Francia como director de títulos como No se lo digas a nadie (2006) y Pequeñas mentiras sin importancia (2010). En Cosas de la edad, que ha estrenado recientemente en España, Guillaume Canet ofrece una visión distorsionada de su vida junto a su pareja en la vida real, Marion Cotillard -ambos se interpretan a sí mismos-, para hacer una sátira sobre la celebridad, la obsesión de los actores por la edad y la egolatría que nos invade.

-Habrá quien diga que un director que hace una película sobre sí mismo es un narcisista.

-Y es lógico, porque me pongo a mí mismo en el centro de una película que hace una sátira de esta sociedad narcisista. Vivimos en un mundo en el que Kim Kardashian, cuyo gran mérito es haber protagonizado un vídeo porno y haberlo vendido, es un modelo de conducta; una sociedad enamorada de su propia imagen y obsesionada con exhibirla en las redes sociales. Hace unos meses estuve en el Coliseo de Roma y comprobé horrorizado que allí los turistas no prestan ni la más mínima atención a lo que les rodea. Solo quieren tomarse selfis.

-¿Es más difícil ser una celebridad en la era de los selfis?

-Es desconcertante. Hay gente que se me acerca por la calle para hacerse una foto conmigo y no se molesta en pedirme permiso, ni siquiera me saludan o me miran a la cara. En realidad, yo no les intereso lo más mínimo, solo quieren algo que colgar en Facebook o Instagram. En cuanto los teléfonos empezaron a tener cámaras incorporadas, los famosos nos convertimos en meras mascotas para el público.

-Pero, hasta cierto punto, las celebridades pertenecen al público, ¿no es cierto?

-Yo me debo al público cuando estoy promocionando mis películas. Mi vida privada no le pertenece a nadie más que a mí. Estoy inmerso en una batalla legal con un paparazi que intentó colarse en mi casa cuando nació mi hijo, y con esa actitud arruinó el mejor día de mi vida. Y otro tipo pirateó mi teléfono para vender a la prensa mensajes que intercambié con mi madre sobre el cáncer de mi padre. Fue muy doloroso. Esta película es mi forma de decir: «¿De verdad queréis meteros en mi vida? Pues adelante: aquí están Marión, y mis padres, y mi casa, y mi cama. Pero nunca sabréis si lo que os cuento es verdad o es mentira».

-Pero ¿qué le impulsó a plantear ese tipo de juego narrativo?

-Hace un tiempo, una periodista me dijo que proyecto una imagen de hombre aburrido. Yo me esforcé por convencerla de que toco la guitarra, y de que en el pasado solía tomar drogas, y de que mi vida sexual no está nada mal… Me sentí muy patético diciendo todas esas cosas a una desconocida. El caso es que esa chica no sabía de mí nada más que lo que los medios de comunicación pueden contar sobre mi relación con Marion. La gente se ha acostumbrado a dar crédito a todo tipo de rumores y falsas verdades. Y ahora yo he usado esas mismas armas para decirle al público: «No os creáis todo lo que dicen sobre nosotros». No, Brad Pitt no es el padre de nuestro hijo. Y no, no nos pasamos el día paseando por alfombras rojas. Yo no tengo amigos glamurosos y duermo con una manta eléctrica sobre los pies. Y me tiro pedos.

-Otro tema esencial de ‘Cosas de la edad’ es el miedo que algunas personas sienten a envejecer. ¿Lo siente usted?

-Pese a la obsesión colectiva que existe por la juventud, yo sigo pensando que hacerse mayor no solo no tiene nada de malo o de feo, sino que, de hecho, es algo muy hermoso. Supongo que es fácil entender por qué muchos actores y actrices pasan por el quirófano o exigen por contrato que sus escenas sean retocadas digitalmente para quitarles las arrugas de la cara. Pero ni Marion ni yo somos así. En nuestra casa, por ejemplo, tenemos muy pocos espejos.

-A diferencia de usted, ella sí ha triunfado en Hollywood. ¿Eso le afecta?

-Supongo que, si yo no tuviera el reconocimiento del que gozo en Francia, entonces sí sería complicado vivir con una actriz como Marion. Pero nunca tuve interés en hacer las Américas. En todos estos años he tenido muchas propuestas para dirigir allí, pero no eran buenas: en ninguna de ellas se me permitía tomar una decisión, ni siquiera en la elección de actores o las localizaciones. Yo no trabajo así.

-En Estados Unidos dirigió su anterior película, ‘Lazos de sangre’, que hasta la fecha es el mayor fracaso de su carrera. ¿En qué medida es Cosas de la edad una reacción contra aquella experiencia?

-Aquella experiencia fue devastadora, y tras ella me planteé incluso dejar de hacer películas. De hecho, durante un año dejé el cine para dedicarme de lleno a mi otra pasión, la equitación. Y resultó ser una terapia maravillosa. Comprendí que mi vida no depende del cine. Darme cuenta de eso me animó a rodar una película libre, arriesgada y loca como Cosas de la edad, que es mi forma de demostrar que estoy por encima de lo que los demás piensen de mí.