-¿De dónde surge Fractura?

-Surge de un conjunto de curiosidades que fueron convergiendo en la misma historia. Primero, una fascinación de mucho tiempo por Japón y luego me impresionó mucho el regreso del espectro nuclear a Japón, un ejemplo extremo de cómo muchas veces el pasado adelanta al futuro. Me resultaba muy impactante cómo una isla sísmica se atreviese a desafiar el destino de tal forma que basase su desarrollo económico en la misma energía que le destruyó. Y al mismo tiempo ver que frente a esa especie de tradición autodestructiva que forma parte casi de la ritualidad de Japón, hay esta especie de supervivencia a toda costa, de reconstrucción.

-¿En qué lugar queda el kintsugi?

-Fractura surge también de un cierto enamoramiento del kintsugi, de esta artesanía japonesa que lo que hace es mostrar por dónde las cosas se rompieron subrayándolo con polvo de oro y de algún modo celebrando que un objeto ha sobrevivido. Me parece que esa manera de recordar la cicatriz de los objetos podía trasladarse perfectamente a las personas y ahí empezaron a tomar cuerpo los personajes.

-Desde luego el título, Fractura, casa mucho con los personajes.

-Son personajes quebrados, fisurados, cicatrizados que van arrastrando sus grietas por el mundo y encontrándose con gente con quien compartirlas.

-Todo converge en Watanabe, ese personaje que merecía morir y seguía muy vivo.

-Me produjo un gran asombro estudiar la vida del único superviviente oficial de las dos bombas atómicas, que no solo sobrevivió a los dos bombardeos más letales de la historia la misma semana sino que además vivió 100 años. Alguien que de pronto pierde la capacidad de morir, que es como un fantasma de sí mismo, que vive póstumamente una vida que no debería haber continuado.

-Un protagonista que reconstruye a través de cuatro voces femeninas, ¿es una reivindicación?

-La fórmula narrativa habitual consiste en que una voz masculina construya la imagen del personaje femenino. Me parecía interesante invertir ese rol y hacer una novela cuyo supuesto protagonista central masculino viviese mudo, no dijese casi nada durante toda la novela y su vida fuese narrada por otras personas que le otorgan identidad en tanto que le recuerdan y que esas personas fueran siempre mujeres.

-También es una buena manera de ver la adaptabilidad de los seres humanos.

-Tenemos una gran capacidad camaleónica para ser tantas personas como lugares visitamos, nuevos amigos hacemos o nuevas parejas iniciamos. La fantasía de viajar a otro lugar y empezar la vida con otra identidad es lo que hace obsesivamente este personaje, aprovechar los cambios de escenario para reinventar su pasado o su identidad y creo que eso es lo que sucede a todo el mundo en las familias o en las parejas, ninguno cuenta el mismo relato de un hecho. Me interesaba preguntarme «¿qué es en el fondo el pasado?» Una forma de narrar que es quienes somos y que no depende tanto de las respuestas que demos sino del reflejo que quienes nos conocen arrojan.

-¿Cómo fue meterse en la cabeza de estas mujeres?

-Fue muy intenso y enriquecedor porque estas cuatro mujeres están situadas en cuatro países (Francia, Estados Unidos, Argentina y España) en momentos muy poderosos históricamente.

-Lugares y situaciones donde el peligro existe.

-La novela va sobre todo de cómo creemos estar en las antípodas del peligro hasta darnos cuenta de que está en casa. Esto ocurrió con el accidente de Fukushima que parecía una cosa lejanísima hasta que alguien se dio cuenta de que en Garoña, en la central, había un reactor exactamente igual. Es un pequeño ejemplo que podría seguir con lo que ocurrió con aquel terremoto. Me conmovió mucho leer que desvió el eje del planeta 15 centímetros. Todo lo que importa, el dinero, el amor, la energía, la ecología, las emociones y el dolor actúan del mismo modo, epicentros cuya onda es incalculable.

-¿Por qué tenemos miedo a las fracturas?

-Una cicatriz es un autorretrato y los espejos son crueles pero al mismo tiempo hay algo profundamente liberador es asumir la cicatriz como parte de la propia identidad. Todo el mundo es un kintsugi con patas.