Cuando llegó este libro a mis manos lo miré de reojo, pues el horror vivido durante la Segunda Guerra Mundial me puede, me agota y me consume y ya son numerosas las ocasiones en las que me he acercado a dicho episodio a través de distintos caminos, películas, series televisivas y literatura en el más amplio sentido de la palabra. Pero pronto me percaté de que en esta ocasión se trataba de una mirada que se alejaba de mis prejuicios. Ante mis ojos se hallaba una narradora que se había servido de la autobiografía para construir una historia que rezuma humanidad, humor e ilusionados proyectos a pesar de los tiempos en los que transcurre.

Es muy importante saber contar sugiriendo lo que sucede más allá de las palabras, y que esas pinceladas disfrazadas de silencio se transformen en imágenes para el lector. Los episodios más trágicos subyacen en los diálogos de los adultos, que eligen la única puerta de salida posible: huir del presente para alcanzar un futuro. Tras la anexión de Austria por el régimen nazi, en 1938, la joven protagonista es enviada junto a cientos de niños a Inglaterra con el fin de ponerlos a salvo. Cruzaron Europa en un tren que el gobierno británico dispuso para ello, y que supuso el rescate de miles. La escritora austriaca Lore Segal lo vivió y lo sobrevivió en primera persona, con una maleta en la mano y un número identificativo colgando del cuello. Dichas vivencias, que adoptan de inmediato estructura de novela, y que fueron publicadas en su momento, allá por los años 60 del pasado siglo, todavía estaban sin traducir al castellano, cosa que ha hecho recientemente la editorial aragonesa Xordica.

Sin duda no es tan importante el viaje físico como el periplo que viene después, al convertirse en una refugiada en diferentes viviendas de acogida, como queda bien reflejado en el título, En casas ajenas. Su misión no será otra que la de integrarse en familias que a veces no asumen lo que ocurre más allá de lo que sus sensaciones advierten. Y es un logro saber retratarlas con la mirada de quien está empezando a descubrir el mundo, aunque desde las primeras páginas ya se advierta que su madurez es un hecho que la caracteriza, y que su intensa e inolvidable infancia, en la que no faltaron abundantes dosis de espontaneidad ni de frescura, fue vivida con crudeza. Los recuerdos y la ficción se alían en beneficio de la estructura, que permite la fragmentación en capítulos de las distintas etapas, cada una bajo un techo distinto.

Son varias las familias que atienden sus necesidades mientras la guerra se presenta como una amenaza real. Lejos de sentirse intimidada en hogares en los que no tiene garantizada la permanencia, analiza a los convivientes, que dejan al descubierto sus recursos, sus costumbres, sus ideologías, sus manías y sus miedos. La permanente observación es clave para ubicarse y ser crítica, pero también su imaginación lo es, siempre la eterna salvadora cuando los límites caen sobre la vida como un mazazo que parece imposible evitar. La amistad con otras niñas, compañeras de juegos y de recelos, le ayudan a entender el contexto que poco a poco intenta hacer suyo, sobre todo cuando logra que sus padres, cuya vida cotidiana se resquebraja rápidamente ante el implacable devenir de los acontecimientos, logren dar un paso adelante, cruzar el continente y encontrar trabajo cerca de donde ella se encuentra. Intentará enseñarles a conducirse con otras perspectivas, y a renunciar a la resignación.

Esta es una novela escrita con mimo, exponiendo con precisión la importancia del retorno al ayer, que además permanece en un retrato impecable. No obstante, el personaje se separa de la persona al ganar en identidad literaria y adaptarse a situaciones construidas por otros. Afincada en Nueva York, esta autora ha seguido fiel a su pasión por la escritura, dando vida a obras de notoria repercusión. Me alegro mucho de haber tenido la oportunidad de leer este testimonio y de haber asistido a un recorrido que no está exento de emociones fuertes. También me alegro de que no se haya tratado de una inmersión en el terror sino más bien lo contrario: un reencuentro por aquellos lugares en los que cabía uno más.